El Triunfo de la Iglesia de Rubens
Esta tabla pintada al óleo forma parte de un enorme encargo que recibió Peter Paulus Rubens por parte de la soberana de los Países Bajos, la infanta archiduquesa Isabel Clara Eugenia. La gobernante le pidió que pintará un buen número de imágenes, se estima que hasta 17, para que sirvieran de modelo para una serie de tapices centrado en el tema religioso de la Apoteosis de la Eucaristía. Unos tapices que finalmente se habrían de teje en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid.
El propio Rubens dio por terminado su trabajo de pintar las tablas durante el año 1628, si bien para poder hacer los tapices las imágenes habían de trasladarse a los conocidos como cartones textiles, de lo cual ya se encargaron los pintores que trabajaban en su amplio taller. Y es que esos cartones eran los que había de manejar los maestros tapiceros que finalmente dieron forma al tejido. De hecho se sabe que los ejecutaron Jan Raes y Jacques Geubel, que ejecutaron unos tapices que hoy se pueden ver en el propio monasterio donde se materializaron.
A Rubens lo cierto es que debió ser un encargo que le gustó mucho, así como el resultado final logrado tras todo el proceso. Así que orgulloso de su labor decidió comercializar algunos de los dibujos y hasta bocetos en forma de grabados.
En cuanto a las escenografías que representó son las grandiosas puestas en escena propias del Barroco y especialmente del gran maestro de Amberes. Un personaje desbordante de imaginación y capaz de crear composiciones repletas de personajes, detalles y simbolismos.
Aquí por ejemplo personifica a la Iglesia que va en un carroza portando con orgullo la Sagrada Forma, o sea, la hostia de la Eucaristía. Esa carroza va acompañada por las Virtudes Cardinales que llevan las riendas para guiar los caballos. Mientras que las ruedas del carro atropellan sin misericordia a las alegorías del odio, la discordia y la furia, para seguir sin parar hacia una esfera del mundo que está rodeada por el mal, o sea, por una gigantesca serpiente.
Pese a tratarse de una obra que debía ser un previo para el resultado final en forma de tapiz, Rubens no escatimó esfuerzos para pintar todo con exquisito detalle y definición. Por eso son tablas que se convirtieron en obras de arte por sí mismas. Tanto que las adquirió la monarquía española ya en el siglo XVII. Por eso de todo el conjunto, nueve de esas tablas hoy en día se conservan en el Museo del Prado de Madrid. De hecho, tan solo hay otra tabla de esta serie que esté localizada y fuera de la pinacoteca española, es la dedicada a Elías y el ángel que se custodia en Francia, en el Museo de Pau.