Escalera del divino ascenso
Esta obra de estilo bizantino hay que entenderla como una imagen usada para la meditación espiritual e inspirada en un tratado del mismo nombre que escribiría en el siglo VII el monje cristiano Juan Climaco. Un personaje que alcanzaría el rango de abad del Sacro Monasterio de Santa Catalina, en el Monte Sinaí de Egipto, precisamente el lugar donde todavía se guarda esta tabla pintada con témpera y pan de oro a finales del siglo XII.
La escena recrea la historia del sueño de Jacob tal y como se relata en el Génesis. Ahí se habla de una escalera que une el cielo y la tierra. Una escalera por la que ascienden y descienden los monjes. Con ese punto de partida, Juan Climaco escribió un tratado en el que describe con todo detalle las treinta fases de la evolución espiritual con la que se alcanza la salvación final.
A partir de ahí, el autor de esta imagen creó una dramatización del tratado. La escalera es la gran metáfora y con sus 30 peldaños se plasman las 30 fases espirituales que describió el monje. Por cierto, Climaco aparece identificado en la parte más alta de la escalera. Y está seguido por el obispo Antonios. Ambos sirven de ejemplo para el resto, ya que ellos ya han superado las 30 fases de evolución espiritual y están preparados para alcanzar la salvación.
Artísticamente, esa escalera es perfecta para plantear una diagonal que organice la imagen en dos mitades iguales. Mientras que los monjes ascienden por ella, se ve arriba el cielo y abajo el infierno, la salvación y la condena. Cristo les espera en la esquina superior derecha, incluso tiene un gesto de acogida para los monjes. Sin embargo, la ascensión no es sencilla, y les van acechando peligros durante la subida, ya que los demonios les tientan y atraen a todos aquellos que tienen poca fe.
Esto lo observan un grupo de ángeles que ya están en los cielos. Los vemos en la parte superior izquierda, y parecen animar a sus compañeros, con gestos de lo más amistosos. Literalmente están en la gloria, algo que se expresa por el color dorado del fondo, el más claro de toda la composición.
Mientras que abajo se ven nueve figuras demoniacas aladas. Son los sirvientes de Lucifer que lanzan sus cuerdas y flechas hacia los sufridos monjes, con el propósito de arrastrarlos hasta la terrorífica boca del infierno que se ven en la parte más baja.
Y para cerrar la simetría, en la esquina inferior derecha también hay un grupo de monjes, todavía terrenales, pero en actitud de súplica y de oración, esperando para poder emprender su propio ascenso a la gloria.