Escuela Barroca Madrileña (IV)
El último de los grandes pintores del denominado Siglo de Oro fue Claudio Coello, un pintor madrileño de origen portugués que, ingresó muy joven en el taller de Francisco Rizi y, por ser amigo de Carreño, pronto tuvo acceso a las colecciones reales, copiando numerosas obras de los grandes pintores de dichas colecciones, como cuadros de Tiziano, Rubens, Van Dyck y otros. Trabajó también como fresquista (al igual que Carreño), lo que le va a servir para adquirir soltura con la muñeca y espontaneidad en el trazo en los cuadros al óleo, pero de sus obras al fresco apenas si nos quedan restos. De su obra religiosa de caballete tenemos de su primera época “El Triunfo de San Agustín” que pintó para el convento de Recoletos de Alcalá de Henares, que actualmente se encuentra en el Museo del Prado; para el retablo mayor de la iglesia de Torrejón de Ardoz realizó el “Martirio de San Juan Evangelista” y para Ciempozuelos, la “Magdalena”, obra de la que se conserva una reproducción en el Museo del Prado, en la que se observa a la santa conducida al cielo por una serie de ángeles en un fondo con un paisaje fantástico de peñas sobre el mar, usando el mismo esquema que ya había utilizado Ribera.
Realizó también un aserie de “Sagradas Conversaciones” como “La Virgen y el Niño entre las Virtudes Teologales y los Santos” o “San Luis adorando a la Virgen y al Niño”. También tocó, al igual que sus contemporáneos, el tema de la “Inmaculada”, de la que el Museo Lázaro Galdiano conserva una. En ella se puede ver la particular significación que tiene para el pintor el equilibrio entre la forma dibujística y el estudio del color, mediante tonalidades difuminadas, a las que dota de relieve gracias a las tenues sombras que generan los volúmenes.
Sus dos cuadros más representativos son “La última comunión de Santa Teresa” y “La Adoración de las Sagradas Formas Milagrosas de Gorkum por el rey Carlos II y su Corte». En el primero (del Museo Lázaro Galdiano) aparece San Pedro de Alcántara oficiando una misa acompañado por San José de Calasanz, ante una gran escenografía con fondos arquitectónicos y grandes cortinajes, con Santa Teresa en pleno éxtasis místico. El segundo (situado en el Escorial) supone una verdadera galería de retratos de personajes destacados del momento en el que también se puede observar un autorretrato del pintor.
Precisamente la vertiente como retratista es otra de las facetas destacadas de Coello, en las que se muestra como un gran realista, como puede verse en los de las reinas “Mariana de Austria” y “Mariana de Neoburgo”, los del rey “Carlos II”, etc. En sus representaciones del rey por ejemplo nos lo muestra con toda la crudeza de su enfermedad y su deformidad física.
Quizás la característica más destacable de sus obras sea el dinamismo de sus composiciones y la pincelada compacta, cremosa, que abre transparencias y veladuras usando siempre vivos colores. Coello es un pintor plenamente barroco en su gusto por las escenografías complejas, recargadas de decoración, pesados cortinajes, fondos fantásticos, etc. Pero también por su afán realista, que a veces le hace ser hasta descarnado en su afán de fidelidad al natural, se nos muestra plenamente barroco, destacando sobre todo el naturalismo de los retratos.