La escuela barroca madrileña (I)
En el siglo XVII en España podemos hablar de tres focos principales de pintura, la Escuela de Madrid, que surge en torno a la corte de los Austrias, Andalucía, con Sevilla a la cabeza y Valencia. Madrid, capital del reino, es pues el centro político y administrativo al contar con la Corte, y a la vez sede de la Iglesia. Allí por tanto se asientan tanto los principales señores laicos como eclesiásticos, a la vez que las casas-madre de las principales órdenes religiosas, con lo que la demanda de pintura y arte en general va a ser enorme. El foco madrileño va a ir cogiendo fuerza a medida que se vaya debilitando el de Toledo desde la desaparición del Greco en 1614. Dejando a un lado la figura y genio de Velázquez, aparecen trabajando en Madrid una serie de artistas nada desdeñables que nos ayudan a entender el panorama artístico español del siglo XVII.
Así por ejemplo destacamos la figura de Juan Bautista Maino (1578-1641) que fue uno de los pintores más considerados de su tiempo. Tras trabajar en Toledo, se trasladó a Madrid cuando fue nombrado profesor de dibujo del príncipe Felipe (el futuro Felipe IV). En sus primeras obras se deja ver las influencias italianas de su formación, entre las que destacan la de Caravaggio y Gentilleschi. En sus cuadros “Las cuatro Pascuas” (Museo del Prado, Madrid) se puede observar el gusto por lo natural, por los efectos de luz y las sutilezas en el tratamiento del color.
Fray Juan Rizzi (1600-1681) fue otro pintor contemporáneo de Velázquez, a quien debió conocer en la corte de Felipe IV, cuya influencia se deja sentir en la profundización espacial que muestran algunas de sus obras. Trabajó sobre todo para las casas benedictinas, destacando el conjunto de San Millán de la Cogolla y dos óleos conservados en el Museo del Prado “La adoración de los magos” y “La adoración de los pastores”, que denotan una gran influencia de Caravaggio. Francisco Rizzi (1608-85), hermano del anterior, fue pintor del rey desde 1656, por lo que trabajó como fresquista en el Alcázar y también decoró las comedias del Buen Retiro. Además trabajó en la decoración de iglesias y en la realización de cuadros para altares, como por ejemplo (en colaboración con Carreño) en los “Frescos de la catedral de Toledo”.
Antonio de Pereda (1611-1678) es otro maestro de la generación de Velázquez, que destacó como pintor de naturalezas muertas y bodegones, como puede verse, por ejemplo en “Frutas” del museo de Lisboa, “Bodegón con ángel” o “El desengaño de la vida”. Deja entrever en su producción cierta influencia de la escuela veneciana en el uso de un rico colorido y de la pintura flamenca en la precisión realista de los objetos. Pese a ser un auténtico maestro en este género, por razones de supervivencia, la mayor parte de su producción la dedica a los “cuadros de altar”, entre los que podemos destacar “Los Desposorios de la Virgen” para la iglesia de Saint-Sulpice de París o los de las “Teresas” de Toledo.