Arte
Inicio Barroco, Pintura Felipe IV de castaño y plata de Velázquez

Felipe IV de castaño y plata de Velázquez

Publicado por A. Cerra

Felipe IV de castaña y plata de Velázquez

Diego Velázquez (1599 – 1660) nació en Sevilla y ahí entró como aprendiz en el taller del pintor Pacheco al que pronto superó en maestría y con cuya hija se casó. Una figura de tal calibre, no tardó en ser atraída por la corte madrileña. Así que con tan solo 24 años ya entró a servicio del rey Felipe IV, quien solo tenían entonces 18 años. Lo cierto es que pasaron toda una vida juntos, y por lo tanto el pintor y el monarca maduraron al mismo tiempo.

Velázquez alcanzó tal rango de importancia que nunca dejó de ser pintor de corte, y además fue adquiriendo otros cargos oficiales con propósitos diplomáticos. Con esa excusa pudo viajar a Italia en donde pudo conocer la obra de Tiziano y otros pintores venecianos, algo que además hizo en compañía de Rubens, a quién conoció en la corte española, ya que durante unos años el gran artista belga frecuentó Madrid y realizó algunas obras de interés.

Fruto de ese primer viaje a Italia entre 1629 y 1631 es este retrato de Felipe IV de castaño y plata. Vemos al monarca en una posición habitual de la realeza española, seguramente basada en la etiqueta de la época para asistir a las audiencias reales en las que recibía a los embajadores y aristócratas. A estas personalidad que al fin y al cabo acudían a rey para solicitarle algo, les recibía de pie, sin sombrero, pero vestido con imponente boato, tanto que aquí Felipe IV lleva el Toison de oro colgando del cuello. Y con esa actitud regia ha tomado la petición de su visitante y la lleva en la mano.

Lo habitual es que cuando se retrataba en un interior, el rey solía vestir de negro. Pero aquí no. Lleva un traje espléndido, el cual ha pintado Velázquez con una exquisita sucesión de manchas de pintura, aplicadas de una forma muy libre, tal y como ha aprendido viendo los cuadros de Tiziano o de Tintoretto. Es de una maestría suprema, ya que desde lejos los borrones y pinceladas simulan ser un bordado de plata extraordinariamente laborioso y delicado.

De hecho este cuadro, como otros muchos encargos y retratos para el realeza que materializó Velázquez, cobra sentido al contemplarlo a cierta distancia, ya que estaba pensado para grandes estancias palaciegas y el talento del artista era tal, que realizaba los cuadros pensando en el punto de vista que iba a tener el espectador. La imagen a esa distancia traslada todo el peso, riqueza y poderío. Sin embargo, al acercarnos y ver al rey a la cara, también se aprecia que Velázquez supo retratar a un joven algo tímido y encorsetado por la etiqueta de su cargo.