Frescos de la sinagoga de Dura-Europos
Estas pinturas al fresco se descubrieron entre los restos arqueológicos de una pequeña guarnición romana en tierras de Mesopotamia. Concretamente en Dura-Europos, una población situada en la actual Siria, a orillas del río Eufrates. Y antes de la llegada de las tropas romanas, el lugar había sido ocupado por los macedonios de origen griego.
El caso es que en esta localidad se habían asentado muchos miembros de la religión judía y a ellos se les atribuyen las pinturas de esta sinagoga.
Originalmente, el Judaísmo prohibía a los hebreos la representación de imágenes de personajes religiosos, por temor a que se convirtieran en elementos para la idolatría. Pero en cambio, desde fechas muy tempranas, los judíos establecidos en colonias orientales habían comenzado a pintar en sus templos escenas basadas en los relatos del Antiguo Testamento. Algo que hacían con el fin de instruir a sus fieles.
Un buen ejemplo de ellos son estos frescos de la sinagoga de Dura-Europos. Lo cierto es que este conjunto pictórico no se puede considerar una maravillosa obra de arte, pero en cambio sí que es un documento visual de extraordinaria valía para conocer la religión judía en el tiempo en que se realizaron: a mediados del siglo III. Por lo tanto no es extraño que gran parte de las pinturas halladas en Dura-Europos se encuentre en el Museo de Damasco, en la capital de Siria.
Una de las escenas más destacables es la que nos presenta a Moisés haciendo brotar agua de una roca. Artísticamente la representación la podemos juzgar como un tanto torpe y excesivamente plana. Pero lo interesante no es la propia ilustración de ese episodio de la Biblia de los judíos, sino que lo más destacable es lo que se deduce de esa forma de plasmarlo, que no es otra cosa que el significado que esos hechos tenían para el pueblo semita de la época.
Vemos a Moisés presentado en una imagen de enorme tamaño, situado frente a un tabernáculo sagrado en el que se distingue el habitual candelabro judío de siete brazos. El significado es manifestar que cada tribu de Israel recibía su parte de agua milagrosa. De ahí que se vean doce arroyos que llegan hasta otras tantas figuras de pequeño tamaño ante una tienda.
Está claro que en la pintura no hay ningún tipo de naturalismo en la representación, pero tampoco era el objetivo del artista o artistas. De hecho, un excesivo parecido con las formas naturales hubieran convertido las pinturas en algo pecaminoso, dada la prohibición de este tipo de representaciones.
Su propósito era mostrar a los creyentes que acudían a la sinagoga como Dios había manifestado su inmenso poder. Lo dicho, las pinturas se pueden calificar como las propias de un creador poco hábil con los pinceles, pero en cambio son muy interesantes dentro de la evolución de la pintura religiosa en los primeros siglos de Nuestra Era, ya que cuando en el arte paleocristiano se comenzaron a realizar las primeras pinturas en los templos, lo hicieron con los mismos objetivos que las de esta sinagoga.