Giotto (III)
En la escena “San Francisco renunciando a los bienes”, se puede observar la construcción de la misma a base de oponer dos grupos enfrentados, los ricos burgueses por un lado, con el patriarca en cabeza y el santo por otro apenas sostenido por el clérigo acompañado por dos frailes. En medio, el vacío que representa la incomprensión, el foso entre los dos mundos que personifican los personajes. En escenas de interior como “Predicación ante Honorio” o la “Aparición al capítulo de Arlés”, compone rigurosos esquemas de perspectivas, que parecen más bien obra de un arquitecto que de un pintor.
De esta misma época han llegado hasta nosotros dos obras realizadas al temple sobre tabla, “La Virgen y el Niño” de la iglesia de San Gregorio de la Cuesta y el “Crucifijo” de Santa María Novella de Florencia. En “La Virgen y el Niño”, aparece María sentada en un gran trono, sosteniendo a su hijo, que tiene en la parte de atrás del mismo, una serie de ángeles realizados en una escala menor, lo que es una reminiscencia gótica. Pero es destacable el concepto de la figura de la madre, contenida, reservada, pero con una carga volumétrica importante, con una concepción maciza, de masa, de volumen, que la pone en relación con la escultura, mientras que las figuras de los ángeles se representan todavía con los cabellos rizados y rubios netamente dibujados, como en el estilo lineal, y el Niño lleva un traje con plegados cuadrados y triangulares, que los sitúa en la órbita de la pintura internacional. En “El Crucifijo” de Santa María Novella coloca, en los extremos del brazo transversal de la cruz dos pinturas, una con la imagen de la Virgen y la otra con la de San Juan. Nos presenta a un Cristo crucificado con un sentido real de un cuerpo en su dramática y lenta agonía, un Cristo frágil cercano a nosotros los hombres para los que se inmola.
En torno a los años 1304-1308 se encuentra ejecutando en Padua los frescos de la capilla de la Arena de Enrico Scrovegni. Éste era el ciudadano más rico de Padua y construyó al lado de la Arena romana de Padua una de las capillas más famosas de Italia (su intención es que fuese la más rica), para lo que se dirige a uno de los pintores más famosos del momento (al igual que lo harían en el siglo venidero los mecenas renacentistas), el maestro Giotto. Gozó de gran libertad para pintarlo, tan solo se le puso como condición un tema inicial, la vida de María, ya que la capilla estaba dedicada a la Anunciación, al erigirse sobre otra anterior ante la que se realizaba todos los años una representación sagrada que tenía como tema la Anunciación y la vida de la Virgen. Estas representaciones parece que inspiraron al pintor, lo mismo que otros espectáculos florentinos, ya que Florencia era muy dada a ellos. Esta influencia puede detectarse en la amplitud y la simplicidad de la composición escénica, lo que junto a la seguridad de sus figuras confiere a este ciclo pictórico una relevancia significativa, ya que en ella ha alcanzado su madurez artística, diferenciándose totalmente de sus contemporáneos. Los decorados y los personajes se marcan con contornos sombríos, netos y precisos, demostrando su maestría como dibujante. Además los elementos que representa aparecen cargados con sentimientos profundos, con una religiosidad sublimada, hasta el cielo inmaculadamente puro y liso sirve de telón de fondo para resaltar los personajes, los rostros, las arquitecturas de los palacios y de las casas.