Goya como retratista
A lo largo de su carrera fue su actividad más constante, ya que trabaja para una clientela selecta que se los demanda. Como retratista, Goya desdeñó el retrato en el que lo acccesorio acapara todo el interés, y se preocupó fundamentalmente de la expresión psicológica del individuo, aspecto en el que es claramente discípulo de Velázquez, aunque también es notable el trabajo que realiza en las telas donde consigue crear unas calidades extraordinarias. Si bien toma del genio barroco la penetración psicológica del personaje, a diferencia de éste, Goya muestra su simpatía o antipatía por el retratado o por lo que representa socialmente.
Realizó numerosos retratos de la familia real al ser primer pintor de la Corte, a la que representa sin ninguna concesión al idealismo. Entre todos ellos destaca el “Retrato de la familia de Carlos IV” del año 1800, un retrato colectivo semejante a las Meninas de Velázquez, aunque Goya, pintor de gran modernidad, ofrece una novísima visión del retrato real, con los personajes en pie, en un ambiente desprovisto de toda escenografía y efectismo, dando una apariencia de opulencia casi de nuevos ricos, reunidos casualmente en un espacio anodino. Al igual que Velázquez, se retrata a sí mismo en una esquina del cuadro, a la izquierda, pintando un gran lienzo como el sevillano, en un cuarto con cuadros colgados como en Meninas. La inmediatez de la escena la acerca a la de una instantánea fotográfica, ya que aparecen aspectos de la vida cotidiana y familiar de los personajes y, la atención del espectador se centra en los rostros, auténticos retratos psicológicos de la familia real. Aparte de esta penetración en la personalidad y peculiaridades de los retratados, destaca la riqueza tactil de las telas, el esplendor cromático de los amarillos y oros sostenidos por los rojos y los azules. El tratamiento de la luz es magistral, ya que arranca destellos a las joyas, a las condecoraciones y a las ricas telas, mediante una pincelada de toque suelto.
La gran época de madurez en el dominio del retrato la alcanzó a finales del siglo XVIII cunado pinta “Retrato de la Duquesa de Alba”, “Condesa de Chinchón”, “Jovellanos”, “Maja vestida”, “Maja desnuda”, etc. Estos dos últimos parecen ser retratos de la misma persona, encargados al parecer por Godoy , aunque ésto no está claramente provado. Lo que sí está claro es que por primera vez el desnudo en España no se justifica por el tema mitológico, sino que es una mujer real, de carne y hueso, en la que incluso se refleja el vello púbico, y tal vez esté basada en la anatomía de la Duquesa de Alba (cuerpo fino, delgada, cintura estrecha, menuda, etc.). Respecto a la gama cromática destacan los colores fríos, lo que, junto a la precisión en el dibujo, hacen encuadrar la obra dentro del estilo neoclásico. El contraste entre la piel casi nacarada de la mujer y la tela que recubre la cama, entre los rosados y los blancos es magistral, lo mismo que el resto de calidades tactiles de la obra. Además de blancos y rosas las tonalidades de los verdes son soberbias en contraste con los anteriores. En lo que se refiere a la pincelada, combina la técnica suelta en partes como los volantes de los almohadones con la abigarrada en el cuerpo de la mujer. Respecto a la “Maja vestida”, se trata de una mujer aristócrata, debido al traje que lleva, en postura provocativa, realizada con una técnica un tanto más suelta que la anterior y con un colorido más claro y luminoso que su compañera.