Goya en el panorama artístico de su época
Cronológicamente Goya (1746-1828) pertenece a la generación de David y Canova, los maestros neoclásicos, pero en contraposición a las pautas de ese estilo, va a prescindir de las normas estéticas que éste imponía, para investigar sobre problemas plásticos diferentes y novedosos que lo van a conducir en un camino evolutivo solitario, a las márgenes del arte contemporáneo. Lo más singular de Goya es su soledad plástica, su mundo visual, creado por su mundo interior, sin normas, ni modelos, ni ideales a imitar. Es un artista que se excede, tal vez demasiado vital y temperamental, por ello sus búsquedas no son lineales, sino zigzagueantes. No tuvo que huir de sí mismo ni de su entorno más inmediato para crear, lo cual lo opone también a los neoclásicos y a los románticos. Sus motivaciones las encontró en su interior, en su propio YO, en la introspección de su alma que, reflejaba una parte del alma de todos los hombres, mostrando comportamientos que en ella se desarrollan, siendo pues el factor humano el protagonista fundamental de su obra. Por todo lo expuesto no puede encuadrarse en la estética de su tiempo, por lo que resulta de muy difícil clasificación.
También es un pintor que sirve para ejemplificar la marca que la sociedad en su evolución política y social deja en el artista y, a la vez, muestra la importancia del individuo, su peculiaridad, su psique, como motor y condicionante de su obra. A lo largo de su vida (82 años) se sucedieron las grandes transformaciones tanto en España, como en Europa, asistiendo a la Revolución Industrial, la Revolución burguesa que cambió el Antiguo Régimen, etc. Fue un hombre comprometido con su tiempo, siendo un convencido liberal, despreciando profundamente la opresión y la ignorancia en que los estamentos privilegiados mantenían a los “no privilegiados”.
Nació en un pequeño pueblo de Zaragoza llamado Fuendetodos en 1746, en el seno de una familia de artesanos, siendo su padre dorador. En 1759, con trece años comenzó en el taller de José Luzán, pintor de formación italiana que enseñaría al pintor a dibujar a través de la copia de estampas, tomando también de él el gusto por las composiciones organizadas en grandes y armónicas masas. Se sabe que estuvo en Roma y obtuvo éxito en su presentación a la Academia de Parma con la obra “Aníbal pasando los Alpes”. A su vuelta de Italia inició su primera obra importante, la pintura de la bóveda del “Coreto del la basílica del Pilar de Zaragoza” (1771-1772) en la que se aprecia la influencia de los pintores napolitanos, Giaquinto y Lucas Jordán.
Todo parecía indicar que la trayectoria del pintor transcurriría dentro de los cánones de su tiempo, pero ya en fecha temprana, en 1778 pinta una obra para la catedral de Valencia, “San Francisco de Borja asistiendo a un moribundo”, en la que anticipa algunos de sus rasgos distintivos posteriores, con un expresionismo manifestado no solo en el rostro atormentado del moribundo, sino en las terribles figuras que aparecen junto a su cama, unos seres fantásticos, tal vez demonios, que van a aparecer por vez primera en su obra, y se convertirán, con los años en motivo recurrente. La representación de las apariciones en la pintura tradicional se ajustaba siempre al hecho de un sueño del personaje, pero aquí, las apariciones no son reales, ya que el personaje moribundo las siente, ofreciendo así el pintor las imágenes de los “espantos” agazapados en los rincones del alma humana, capaces de irrumpir ocasionalmente en iguales o similares circunstancias. Anticipa también en esta obra el tema de la locura, tan presente en su producción, puesto que la mortal angustia del moribundo le ha hecho perder el contacto con la realidad. Vemos pues como el pintor ya desde sus inicios marca una tendencia que no se ajusta exactamente a la de su contemporáneos, preludiando el camino que recorre de manera más clara a partir de 1808.