Huida a Egipto en un paisaje idílico de Claude Lorraine
Esta obra la realizó el pintor francés Claude Lorrain en el año 1663, y en la actualidad se expone en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid.
Lorrain, aunque francés, pasó gran parte de su vida profesional en Roma, y esta obra lógicamente también la desarrolló allí. De hecho, este paisaje aparece dibujado en el Liber Veritatis, lo cual nos esa fecha de 1663 y nos dice que se hizo en la capital italiana para el Signore Condestable Colona, para el cual el pintor realizó otras nuevo obras.
En este caso utiliza como excusa el episodio bíblico de la huida de José, María y Jesús a Egipto, para construir un paisaje de los que a él le apasionaban y que se han convertido en uno de los grandes emblemas de la pintura barroca. Unos paisajes repletos de efectismos.
En gran parte esa extraordinaria riqueza de efectos se deben al tipo de luz que usa. En este caso hace un estudio de la luz muy matizados, lo cual le da a toda la escena un tono de poesía elegiaca muy personal. De hecho, Claude Lorrain está creando una nueva concepción del paisaje clásico con obras como esta u otras suyas como el paisaje donde se sitúa el matrimonio judío de Isaac y Rebeca, o las vistas que se aprecian en el Embarco en Ostia de Santa Paula Romana.
Inmediatamente la belleza de la campiña romana se asocia con la Antigüedad, y allí se busca lo más bucólico y apacible, todo muy del gusto del escritor clásico Virgilio. Con ello los artistas barrocos y los posteriores del Rococó pretenden evocar los tiempos plácidos de la llamada Edad del Oro. Una época donde reinaba la serenidad. Es decir, unos tiempos que tal vez no fueran así, pero de los que siempre se tiene una imagen ideal y por lo tanto, se sentía nostalgia, algo que siempre se plasmaba con unas luces de atardecer y unos resplandores crepusculares.
Por otra parte, aquí Lorrain nos presenta un espacio amplísimo, no se ve el fondo y tiende hacia el infinito y lo inabarcable. En primer término vemos el bosque, y sin que sea necesario formular una perspectiva lineal, nos da una ilimitada sensación de profundidad. Y esto lo consigue solo con la gradación suave del colorido y con un progresivo desdibujamiento de los contornos de los elementos.
Todo esto hace que el paisaje sea mágico y desde luego el absoluto protagonista del lienzo, pasando el relato del Nuevo Testamento y las figuras a un plano casi insignificante, más allá de servir de elementos para plasmar una escala de tamaños.