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La bahía de Saint Pierre de Gauguin

Publicado por A. Cerra

La Bahía de Saint Pierre de Gauguin

Antes de que Gauguin viajara a la Polinesia y realizara sus cuadros más emblemáticos como Ta Matete y otras creaciones que mostraban el paisaje tropical a base de colores antes nunca vistos y que iban a poner las bases del posterior estilo fauvista, mucho antes de eso, el artista francés ya se había quedado maravillado por los encantos naturales de las islas de esas latitudes.

Fue en 1887 cuando hizo un primer viaje a Panamá y Martinica, y allí permaneció durante varios meses gozando de la belleza y exuberancia del lugar. Ese primer contacto tropical lo definió él mismo en un carta a su esposa: “Mi renombre como artista crece de día en día, pero entretanto paso hasta tres días sin comer y mi salud y mi energía se resiente de ello. Para tomar nuevas fuerzas me voy a Panamá para vivir como un salvaje. Existe una islita en el Pacífico que está casi deshabitada, libre y fértil. Me llevo mis pinturas, mis pinceles y recupero fuerzas lejos de los hombres”.

Esas son sus sensaciones allí y ese mismo espíritu se multiplica cuando llega a Martinica en compañía del pintor y amigo Charles Laval, con quien se instala en una cabaña cerca del mar, más o menos a un par de kilómetros de la bahía de Saint Pierre que aquí nos pinta. Le fascina el lugar, pero también los lugareños, que van y vienen pescando, vendiendo o porteando frutas. Ese ambiente le encanta, el mar, la luz, la naturaleza esplendorosa, el ir y venir de la gente, los ganados en libertad. Desde que conoció aquel lugar quedó prendado por esa zona del mundo. Y curiosamente años después usó algunos de esos cuadros para organizar exposiciones y subastas cuyo único objetivo era sacar el dinero suficiente como para regresar, en este caso Tahití y otras islas de la Polinesia francesa.

Volvió de Martinica con varias obras acabadas y con otras abocetadas. Según él mismo todas ellas eran obras de superior calidad a las que había realizado hasta el momento. Sin embargo, todavía no es el deslumbrante e innovador pintor postimpresionista que ha pasado a los libros de historia. Gauguin queda tan cautivado por esa naturaleza salvaje, hasta lujuriosa, que se empeña en representarla con demasiada fidelidad para intentar plasmar todo su esplendor, cosa que no termina de lograr. Aunque es cierto que ya está incluyendo esos colores poderosos, vivos y cargados de luz que van a dominar su producción pictórica.

Trata los colores como verdadera materia cromática. De hecho podemos ver como organiza la tela a partir de la franja de tonos cálidos terrenales en la parte más baja, la gran mancha azul del mar y los verdes de las copas de los árboles. Y sobre ello genera una escena, una vista muy peculiar donde el centro es una especie de X o de Y, según se quiera ver, creada a partir de los troncos de dos árboles, que dividen la vista en dos espacios. Uno más abierto al mar y otro más cerrado por la vegetación. Mientras que por ambas zonas descubrimos pequeños personajes en sus quehaceres o animales domésticos que disfrutan en libertad de su particular edén, ya que Gauguin de alguna forma nos está transmitiendo la idea de que contempla una estampa paradisiaca.