Arte
Inicio Pintura, Renacimiento La circuncisión de Ludovico Mazzolino

La circuncisión de Ludovico Mazzolino

Publicado por A. Cerra

La Circuncisión de Ludovico Mazzolino

Ludovico Mazzolino (c. 1480 – c. 1530) fue un pintor originario de la ciudad italiana de Ferrara, que si bien es básicamente un artista del Renacimiento, también lo hemos de considerar un creador bastante heterogéneo con influencias muy peculiares. Los críticos e historiadores del arte ven en sus pinturas rasgos inspirados en el alemán Durero, pero también en artistas venecianos como Lorenzo Lotto o el propio Giorgione.

Si bien hay algo que es común en muchos de sus cuadros, y es su interés por ambientar sus escenas en arquitecturas clásicas del mundo antiguo. Y un fabuloso ejemplo en este sentido es este óleo de La Circuncisión, pintado hacia el año 1510 y que hoy en día forma parte de la colección renacentista de la Galería de los Uffizi en Florencia.

Sin embargo ese elemento tan del gusto de la época, lo vincula con composiciones excesivamente abigarradas, con multitud de personajes y con una gestualidad tan exagerada como anticuada, de hecho sus formas siempre se califican de primitivas, más de comienzos del Quattrocento que del siglo XVI cuando desarrolló su arte. Tal vez por eso, sus prometedores comienzos como pintor de grandes encargos de pintura religiosa o con trabajos para grandes personajes como Lucrecia Borgia se fueron diluyendo, y con el paso de los años su campo de trabajo se redujo a la realización de obras menores en pequeñas capillas o decoraciones en espacios palaciegos de segunda fila.

Y es que su esquema compositivo en todo lo que tiene que ver con la arquitectura parece organizado y busca una estructura armoniosa, pero en cuanto empieza a pintar personajes, los va acumulando y haciendo más compleja la escena. Desaparece cualquier intención de perspectiva y todo es como muy antiguo, de aires góticos incluso. Los vemos aquí donde un sinfín de personajes asisten al momento en el que Jesús sufre el rito de ser circuncidado como es habitual entre los hebreos.

Los rabinos y demás asistentes se convierten en un amontonamiento de cabezas, sin que prácticamente interactúen entre sí. Todas ellas están mirando hacia el niño que está desnudo en el centro de la escena. Más que personajes se convierten en un friso humano, en una decoración y un montón de colores que quedan enmarcados por las blancas arquitecturas del espacio, donde el autor se explaya en los detalles de columnas, capiteles, molduras y arcos, pero con un tono como ajado, de grisalla, que también es muy característico en sus composiciones. Pretende darle monumentalidad al momento, y en cierto modo lo consigue, ya que podríamos pensar que estamos ante una obra de grandes dimensiones. Sin embargo este óleo está pintado sobre una tabla de 40 x 29 cm.