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La oración en el huerto, El Greco

Publicado por Laura Prieto Fernández

Si a lo largo de todo el Renacimiento hubo un pintor que supiese captar a través de sus pinceles la espiritualidad de las escenas de la pasión ese fue sin lugar a dudas Domenikos Theotokópoulos más conocido con el sobre nombre de El Greco. En esta ocasión, nos centraremos en analizar una de las primeras escenas de la pasión, la oración en el huerto de los olivos. A lo largo de su carrera artística el pintor representó este mismo tema en diversas ocasiones, parece ser que la versión original fue realizada para una pequeña iglesia, la de Santa María la Mayor, en la localidad de Andújar en Jaén; también su taller trabajó en diversas ocasiones bajo esta misma temática conservándose hoy en día una versión en la National Gallery de Londres.

La obra que aquí analizamos fue realizada en torno a la década de los noventa y se trata de un óleo sobre lienzo de carácter vertical que mide unos ciento dos centímetros de anchura y casi ciento treinta centímetros de altura. En él se representa una escena extraída de los Evangelios de San Mateo aunque también es cierto que en la narración de los demás evangelistas podemos encontrar elementos afines al cuadro de El Greco.

Poco antes de ser prendido por los soldados romanos, Jesús se retira al Huerto de los Olivos o Huerto de Getsemaní a las afueras de Jerusalén. Allí el Mesías se retira a orar suplicándole a su Padre que interceda en su destino y finalmente aceptando su fatalidad mientras que algunos de sus discípulos más cercanos -Santiago, Pedro y Juan- descansan agotados. Al fondo Judas, el traidor, guía a los soldados romanos hasta el que había sido su maestro.

En esta ocasión, El Greco ha sabido captar a la perfección a dicotomía entre el mundo terrenal y el espiritual, algo que ya hemos podido observar en otros de sus lienzos como en el famosa Entierro del Conde Orgaz. Jesús se encuentra abrigado por un paisaje rocoso y escarpado que comparte con Judas y las tropas romanas mientras que el ángel que desciende a ofrecerle el cáliz lo hace envuelto en una nube misteriosa que rodea también a los apóstoles ajenos a lo que pasa a su alrededor.

La escena adquiere así un tono fantasmagórico que se potencia aún más por el colorido utilizado típico de El Greco con tonalidades frías y la luz blanquecina que no procede de la luna sino de la misma zona de donde ha descendido el ángel y es tan potente que incluso refleja en los ropajes de Cristo.