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La pintura española en el siglo XVIII

Publicado por Chus

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El siglo XVIII supone para España la llegada de una nueva dinastía, la de los Borbones, al fallecer Carlos II de los Austrias sin descendencia. Con ellos llegó una nueva manera de entender la monarquía, la organización del territorio y el ejercicio del poder. La tendencia a la centralización y uniformización no se llevó tan sólo al ámbito administrativo, sino que abarcó también los diversos campos culturales. Acostumbrado a los lujos de la corte francesa, Felipe V quiso (dentro de las limitaciones de la corte española) rodearse de artistas acordes con sus gustos, con lo que llegan a España una gran variedad de extranjeros, sobre todo franceses como Jean Ranc y Van Loo. Luego con sus hijos Fernando VI y Carlos III llegan sobre todo artistas italianos como Giaquinto, Tiépolo y el italianizado Mengs. Pese a esto, no se abandona la tradición anterior del siglo de oro de las letras y las artes, y en el panorama español destacan artistas como los que siguen a continuación, dejando siempre en un punto y aparte, por ser inclasificable y sobrepasar con creces a su generación, la obra de Francisco de Goya.

Luis Menéndez (1716-1790) era miembro de una familia de pintores, ya que su tío Miguel Jacinto Menéndez era pintor de cámara. Tras una estancia en Italia, en la que tiene oportunidad de conocer la obra de los grandes maestros, a su regreso a Madrid, entra en palacio como ilustrador de libros para la Real Capilla. Como retratista destaca de toda su producción su “Autorretrato” hoy en día en el Museo del Louvre, que fue calificado como el mejor retrato español del siglo XVIII anterior a Goya. Pero la gran creación de Menéndez fue un modelo de bodegón de características singulares, en el que junto a aspectos de tradición española, que entroncan con el arte de Zurbarán, muestra sobre fondos oscuros o neutros, sin referencias ambientales, una elegancia y a la vez un sentimiento popular, nunca antes expresado por otros artistas.

Luis Paret y Alcázar (1746-1799) destacó por su originalidad decorativa y por las delicadezas del rococó que utilizó en sus obras en las que predomina el lado amable de la vida, con predominio de modelados que parecen ser de porcelana. Entre sus cuadros más representativos están los pintados para el rey y el infante Don Luis y los realizados para particulares que recogen instantáneas de la vida cortesana o burguesa, como “La tienda del anticuario” (Museo Lázaro Galdiano), con toques espontáneos de pintura que muestran claramente el ambiente de la misma. Trabajó también la acuarela como puede verse en “La Celestina y los enamorados” o en láminas de Historia Natural que formaban parte de la colección del infante Don Luis.

Francisco Bayeu (1734-1795) realizó una obra representativa de las premisas dominantes de la época, con clara influencia de Lucas Jordán y Corrado Giaquinto ya en sus primeras obras realizadas en su Zaragoza natal. Llamado a Madrid por Mengs para la decoración del Palacio Real, llegó a ser nombrado pintor de la Corte en 1767 por Carlos III, donde su barroquismo fue evolucionando hacia un ideal académico, manifestado claramente en sus “Alegorías”, totalmente opuesto a lo que hacía su cuñado Francisco de Goya. Fue director de la Academia de Bellas Artes y centró su interés en la decoración de residencias reales (Palacio Real, Aranjuez, El Pardo, La Granja). En los últimos años de su vida cultivó el retrato.

Ramón Bayeu (1746-1793), hermano del anterior, se inclinó más por las escenas populares, contrastando así con el gusto imperante por composiciones religiosas o mitológicas. Junto a su cuñado Goya fue el principal proveedor de la manufactura de Santa Bárbara, destacando los personajes aislados o grupos reducidos de personajes de gran realismo.