«La Primavera» de Botticelli
Es una obra pintada en torno a los años 1478-1482, con la técnica del temple sobre tabla, que actualmente se encuentra en los Uffizi de Florencia. Inspirada en fuentes literarias, en realidad se trata de una especie de emblema mitológico del amor platónico, tema muy apreciado por la escuela neoplatónica florentina. Esta escuela se desarrolló en la corte de Florencia en torno a los Medicis y estuvo liderada por Marsilio Ficino y Pico della Mirandola, teniendo notables seguidores, entre los que destaron en el siglo XV, el pintor Sandro Filipepi, más conocido por Boticelli, representante de la vía no cientifista de la pintura florentina de dicho siglo.
Los historiadores y los críticos no se muestran totalmente de acuerdo sobre el significado del cuadro, ya que nos muestra en un solo plano una serie de escenas que podrían parecer incluso inconexas, pero estarían ligadas por un hilo conductor en consonancia con las claves mitológicas de la escuela florentina. En el centro de la imagen, sirviendo además de eje compositivo nos encontraríamos con Venus, destacada no tan solo por la posición preminente, sino porque en torno a su cabeza, se dibuja una especie de aureola con la vegetación. Aparece representada con los atributos de una mujer casada, simbolizaría la fuerza creadora del orden natural. Sobre ella se encuentra Cupido, que lanza una de sus flechas hacia una de las ninfas que acompañan a Venus. A la derecha del espectador aparece Céfiro, uno de los vientos, que persigue a la ninfa Cloris que, en el momento en que éste la toca empieza a expulsar flores por la boca para transformarse en Flora, diosa de la vegetación y de las flores, que nos mira sonriente a la vez que parece ir esparciendo las flores que conforman su vestido. A la izquierda (del espectador) se representan las Tres Gracias, las servidoras de Venus, muy apreciadas por los neoplatónicos, que les van a atribuir las mismas virtudes que a la diosa. Aparecen realizando una especie de danza, vestidas con telas semitransparentes, correspondiéndose la que está más a la izquierda del cuadro con “Voluptas”, la de la derecha con “Pulchritudo” y la que está de espaldas, hacia la que apunta la flecha de Cupido, con “Castitas”, que precisamente se vuelve hacia el dios Mercurio, pintado a la izquierda de la composición. Mercurio, mensajero de los dioses, sería también el nexo de unión entre la tierra y el cielo.
Mediante este complejo relato se trataría de crear uno de los círculos neoplatónicos del Amor. Éste surge en la tierra mediante la pasión (representada por la actitud de Céfiro) y regresa al cielo como contemplación (la de “Castitas” hacia Mercurio y la de éste hacia el cielo). Esto para un neoplatónico es lo mismo que decir que el amor carnal no es el verdadero (así desaparece al tocarlo, igual que Cloris), sino que debe convertirse para que sea real, en un amor contemplativo, espiritual e idealizado (platónico).
La rememoración de este tipo de mundo se hace mediante la ausencia de perspectiva, para construir un escenario que no sea real. El protagonismo, como es característico del pintor le corresponde a la línea que marca un suave ritmo ondulante, haciendo parecer a las figuras como bailarines de un mundo ajeno al real. La composición se estructura a base de triángulos, contribuyendo a dotar aún más al cuadro de sensación de serenidad. La luz es homogénea, no crea sombras ni aparece claramente identificada y con respecto al color, predominan los tonos suaves, destacando los complementarios, como el rojo y el verde.