Lago de montaña con cisnes de Max Beckmann

Lago de montaña con cisnes de Max Beckmann
La fama y dimensión artística de Max Beckmann (1884 – 1950) se ha valorado especialmente gracias a singulares composiciones en tríptico, como La partida, que no dejan de ser una reinvención de los trípticos religiosos que se han pintado desde la Edad Media. Igualmente también se han apreciado mucho sus autorretratos y la representación de figuras como su exquisito retrato de Quappi de rosa. No obstante dentro de la obra pictórica de Beckmann hay un amplio número de paisajes. De hecho, se tienen catalogados 835 cuadros de este pintor, y de ellos casi una cuarta parte, unos 190 son paisajes. Y eso sin contar los paisajes de carácter urbano.
Hoy os traemos este lienzo de 1936 con visitas de Un lago de montaña con cisnes.
En 1936, Beckmann ya sufría la presión nazi, tras su destitución de la Städelschule de Fráncfort en 1933 y creciente marginación. Numerosas obras suyas fueron confiscadas y en 1937 se mostraron en la exposición de arte degenerado, la Entartete Kunst en Múnich. En julio de 1937 abandonó Alemania rumbo a Ámsterdam, un exilio que marcaría su trabajo y sus posibilidades de exhibición.
No hay que olvidar que Beckmann era originario de Alemania y en ese país hay una larga tradición de paisajistas. Y desde los tiempos del Romanticismo, esas vistas de parajes naturales en realidad se habían convertido en un modo de proyectar en la naturaleza los paisajes del alma y los estados de ánimo. Esa idea la heredó este pintor de vanguardia.
Esa tradición arranca en el Romanticismo alemán, con Caspar David Friedrich como referente de la proyección de estados anímicos sobre la naturaleza. Desde ese horizonte cultural, la modernidad germana heredó un paisaje simbólico, que artistas como Beckmann releyeron en clave dramática.
Un ejemplo es este óleo que pintó durante su estancia en la ciudad balneario de Baden Baden. Y aunque no se ha podido identificar de una forma certera el paraje, ya que seguramente es fruto de realidad y de imaginación, no cabe duda que su punto de partida sería alguno de los paseos que se daba por los bosques de esa región de la Selva Negra. De ello tomaría las notas básicas de la vegetación y de algún embalse artificial, para luego recomponer una panorámica a su antojo y con su propio mensaje.
Aunque el paraje no esté identificado, conviene situarla al borde del exilio, pues en 1937 fijó residencia en Ámsterdam. Allí continuó trabajando durante la guerra, con autorretratos, naturalezas muertas y paisajes que mantuvieron su tono grave y reflexivo.
Se trata de un paisaje extraordinariamente denso, algo opresivo, como es común en su pintura de los años 30.Suele articular estas visiones con contornos negros contundentes, planos cromáticos y una espacialidad comprimida, casi como un escenario visto desde la embocadura. Ese juego entre masas oscuras y zonas claras, sumado a diagonales tensas, incrementa la sensación de cerco y alimenta la inquietud del conjunto. Los dos grandes abetos parecen amenazar y también vigilar el lugar. Los sitúa en un primer plano, llamando la atención por sus acusadas formas y sobre todo por la gran mancha de color oscuro que suponen. Están ahí y no solo parecen impedir el paso, hasta la propia visión del lago. Son casi como barrotes que no dejan llegar a ese destino soñado que sería el apacible lago y más allá la inmensidad del horizonte y el cielo, o sea, la libertad.
Aunque también ese cielo y ese horizonte se rompen por las puntiagudas copas verdinegras de los árboles, con lo que siguen siendo una amenaza. En ese contexto de peligro se entiende que los dos únicos privilegiados que disfrutan del lago, se esté dirigiendo rápidamente a su cobertizo flotante, para refugiarse.