Madonna y el Niño de Giotto
Giotto di Bondone fue un pintor plenamente gótico, del Trecento, pero fue un artista muy adelantado a su tiempo en varios elementos. Y tal vez el más relevante de ellos fue su innovadora capacidad para presentar a las figuras religiosas más importantes como si fueran seres humanos. La Madonna de Ognisanti es un extraordinario ejemplo de ello, al igual que esta otra tabla pintada hacia el año 1320 y que se titula Madona y el Niño. Una obra que posiblemente formara parte de un retablo más amplio que Giotto pintó en Florencia pero que hoy en día solo se conserva esta pieza, la cual se custodia en la National Gallery de Washington, en Estados Unidos.
De hecho, de alguna forma esa es una de sus grandes herencias de Giotto, ya que esas imágenes más maternales, en las que sencillamente se ve una madre jugando con su hijo, se convertirían en el referente de las Madonnas para los pintores de los siglos siguientes.
Aquí vemos una mujer de tez clara, casi pálida, que sostiene a su pequeño con el brazo izquierdo. Mientras juegan con una flor, la madre se la ofrece al niño y él intenta agarrarla con una de sus manitas. Aunque con la otra se aferra a uno de los dedos de su madre, para sujetarse y en un claro símbolo de amor materno-filial. Una escena muy simple sobre un fondo dorado con forma de arco, muy propio de los iconos ortodoxos y también del arte gótico internacional que tanto iba a triunfar en la época.
Ese fondo dorado concede todo el protagonismo a la figura de la pareja recortada. En la cual llaman la atención los gestos y los rasgos de los personajes. Al igual que destacan varios elementos decorativos muy interesantes. Como los ribetes bordados en las mangas o el cuello de María, así como los motivos vegetales que adoran la orla circular que envuelve la cabeza de Jesús.
Lo cierto es que Jesús, que está desnudo salvo por lo que le cubre una tela blanca casi traslúcida, es casi un adulto en miniatura más que un bebé, aunque hay detalles destacables como los rollos de carne de sus muñecas.
Como decimos esta tabla sería para la parte central de un retablo más amplio, y ahí se supone que estaría rodeada por las efigies de varios santos. Posiblemente en su momento no se entendería la figura sola como una obra de arte por sí misma, pero en la actualidad la tabla cobra una importancia suprema. Incluso sin el resto del conjunto se considera una obra maestra de este pintor que fue un innovador y que sin saberlo estaba poniendo los cimientos para el futuro arte del Renacimiento.