Noche de verano de Winslow Homer
Hace un tiempo ya os hablamos del trabajo pictórico que había realizado el pintor estadounidense Winslow Homer como fruto de las labores periodísticas que había elaborado para diversas revistas. De aquellos viajes y crónicas salieron obras como Un día de lluvia en el campamento. Sin embargo, con el paso de los años, el artista se fue alejando de todos esos viajes y encargos, tanto que acabó retirado en un pequeño pueblo de la costa de Nueva Inglaterra.
En concreto se estableció en Prout’s Neck, en Maine. Allí tenía su estudio que daba directamente al mar. Desde ese lugar se dedicó a pintar el litoral y también la vida cotidiana de los marineros, pescadores y gentes de esos pueblos. Un buen ejemplo de ello es este lienzo titulado Noche de verano, pintado en el año 1890 y que actualmente forma parte de la colección de Museo de Orsay de París.
Es una obra de lo más elegante y sensitiva. Algo tan sencillo como ver una pareja de muchachas bailando en el roquedo es capaz de trasladarnos un sinfín de sensaciones marinas. Y no solo visuales. Sobre todo audibles. El baile nos remite al sonido, a la música, y estando al lado del mar, sin duda escuchamos el constante vaivén de las olas. Y a partir de ahí ya llegan el resto de sensaciones, el fresco de la noche veraniega y la brisa, el aroma a salitre, etc,… Tiene incluso ese poder hipnótico que poseen las olas del mar. En definitiva, se evocan todas esas sensaciones que el espectador conoce.
El cuadro tiene esa cualidad, y también una enorme maestría técnica. Se plasman tres planos. El primero con las dos mujeres bailando. Luego el grupo de personas a contraluz, y al fondo el inmenso mar que está en una especie de calma chicha.
El estudio lumínico es más que destacable, con una luz que evoca a la luna y que se supone que está a un lado de la tela, en un punto fuera de la imagen. Eso condiciona todas las luces y sombras del cuadro, las cuales incrementan ese dinamismo que proporciona el baile de las chicas y de las olas.
Sin duda es una obra maestra, y para muchos la primera que realizó Homer tras varias décadas de trayectoria pictórica. E incluso hay quien la considera una de las primeras obras maestras del arte norteamericano. Y lo cierto es que no es para menos, ya que en la actualidad es un cuadro digno de compartir el museo parisino con otros genios contemporáneos de la talla de Monet, Renoir o Degas.