Paolo y Francesca de Ingres
Dominique Ingres se inspiró en este tema medieval que había relatado el poeta italiano Petrarca. Y es que Ingres pese a ser un pintor que tenemos que definir como un maestro del Neoclasicismo, no tuvo reparos en acoger ciertos elementos del Romanticismo, e incluso algunos de ellos los avanzó él, dada su extraordinaria valía artística.
En el contexto de la época, la elección de un tema medieval por parte de Ingres fue bastante inusual. El Neoclasicismo, movimiento artístico al que pertenecía Ingres, se caracterizaba por su admiración por el arte de la antigüedad clásica. Sin embargo, Ingres demostró con esta obra su capacidad para romper con las convenciones y explorar nuevos territorios en su arte.
Por ejemplo, fue muy del gusto romántico pintar escenas del género trovador, y esta de Paolo y Francesca lo es. Y no solo eso, sino que Ingres la representó en varias ocasiones. La primera de ellas en el 1814.
En ella vemos a Francesca, esposa de Giancotto, que está en compañía de su maestro de literatura, Paolo. Ambos se juntaban cada tarde para estudiar, leer y recitar, pero según las leyendas que corrieron, hubo una tarde que aquella lectura se sustituyó por besos. Algo que tarde o temprano iba a descubrir el marido despechado y por supuesto se iba a vengar de tal afrenta.
El drama de esta historia es palpable en la pintura de Ingres. Las figuras de Paolo y Francesca están muy cerca la una de la otra, y sus cuerpos forman una línea curva que sugiere tanto su intimidad como la tensión de su situación. El rostro de Francesca, en particular, refleja una mezcla de deseo y temor, mientras que Paolo parece estar completamente absorto en su amor por ella.
Teniendo en cuenta la extraordinaria capacidad para el dibujo de Ingres, en este caso opta por un estilo ciertamente anacrónico, con unos excesos y deformaciones en las figuras que no se relacionan con el arte clásico, sino con el medieval. Con el momento en que se ubica este acontecimiento. Pero la verdad es que en su época, este estilo no gustó demasiado, ya que este pintor representaba otros ideales estéticos.
Sin embargo, esa estilización le permitió que las figuras tengan unos miembros muy curvos, maleables, ideales para dar la sensación de tocarse y de sensualidad que tienen que transmitir esos dos amantes secretos. Algo que también es pecaminoso, y por eso toda la figura de Paolo nos puede recordar a una serpiente que con sigilo se va acercando hasta el cuerpo de la mujer para besarla.
En total, Ingres pintó este episodio legendario de la Italia medieval hasta en siete ocasiones, como mínimo. La primera en 1814, cuando se la encargó la hermana de Napoleón, Caroline Murat. Una obra muy similar a esta que se conserva en el Museo Condé de Chantilly. Posteriormente, en 1819 la pintó dos veces más. Una de ellas es la versión que vemos aquí que se conserva en la actualidad en el Museo de Bellas Artes de Angers. Y unas cuantas décadas después, hacia el 1846 volvió a pintar la escena. Mientra que otra imagen de sus Paolo y Francesca, hoy en día se muestra en Museo Soumaya de México, donde vemos su último cuadro del tema, realizado a partir de 1855, para el cual eligió un primer plano más potente y un color también más fuerte. Y aparte de esas versiones expuestas en museos abiertos al público, hay documentadas dos más en sendas colecciones privadas. Es decir, que sin duda este tema de amor, celos y venganza fue algo que le atrajo durante toda su vida a este gran pintor francés.