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Retablo Borghese, Rafael (I parte)

Publicado por Laura Prieto Fernández

A lo largo de la historia de una obra de arte es común que ésta pase por sucesivos dueños y se traslade de un lugar a otro continuamente, en este sentido no parece extraño que cuando una pieza está compuesta por varias partes éstas acaben difundiéndose de un lugar a otro de modo que la unidad que plantea esa pintura acabe desgajada en cualquier momento. Eso es precisamente lo que ha ocurrido con la obra que aquí analizamos que, si bien en un principio la pieza fue diseñada para ser vista en conjunto como un altar a día de hoy, las tablas que lo conformaban se exhiben en distintos museos del mundo como si fuesen entidades individuales.

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Rafael de Sanzio o Rafael de Urbino como también se le conoce es uno de los artistas más destacados del Renacimiento italiano, convirtiéndose en uno de los componentes de la gran triada renacentista junto con Leonardo da Vinci o Miguel Ángel Buonarroti. Rafael (1483 – 1520) contó con el favor de los mecenas más importantes de su época por su pintura amable y llena de carisma, sin embargo, en la obra que aquí analizamos ya vemos un Rafael más maduro y más cercano al Cinquecento que al Quattrocento, con formas más avanzadas.

En esta ocasión analizamos un Retablo conocido como Retablo Borghese o Retablo Baglioni que el artista realizó en torno al año 1507. La obra fue encargada por Atalanta Baglioni quien encargó el retablo a Rafael para conmemorar la muerte de su hijo en las luchas por el poder que habían tenido lugar en la ciudad de Perugia. La pieza, que constaba de una tabla central con el Traslado del cuerpo de Cristo, una predela y un remate, fue llevado a la capilla que la familia Baglioni tenía en la iglesia de San Francesco del Prato hasta que a principios del siglo XVII la obra fue regalada al cardenal Scipione Borghese por el papa Paulo III.

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En Perugia este hecho fue tomado como una gran ofensa puesto que en aquel tiempo la obra de Rafael ya contaba con un gran número de seguidores y el retablo era tenido en gran consideración por los ciudadanos, como consecuencia y para calmar el ambiente de crispación que se vivió en la ciudad el pintor Cavaliere d´Arpino realizó una copia del retablo. Más adelante, las tropas napoleónicas se llevaron el altar a Francia como parte de un botín de guerra y hasta 1815 no regresó a lugar de origen. Para entonces el altar ya se había diseminado en varias partes perdiendo toda su unidad.