Retrato de Helene Fourment y sus hijos de Rubens
Cuando Rubens todavía no se había casado con Helene Fourment ya había pintado a su hermana Susana Lunden. Y varios años después, hacia 1636, pintó en este cuadro a la que ya era su esposa y dos de sus hijos: Carla Joanna y Frans.
Ese matrimonio fue el segundo de Rubens, ya que había enviudado de Isabel Brandt en 1626. Y con Helene se casó en 1630, cuando el pintor ya sobrepasaba los 50 años de edad. Eso no le impidió que la pareja tuviera cinco hijos.
Rubens hasta su muerte en 1640 pintó en numerosas ocasiones a su joven amada (37 años menor que él), de la cual estaba profundamente enamorado y deslumbrado por su belleza y juventud. Por ello entre esos retratos los hay de tipo más oficial, otros con un carácter muy familiar, y también hay alguno con una fuerte carga erótica. Y además la usó en muchas ocasiones de modelo para sus cuadros de temática religiosa y también mitológica.
No obstante, en esta pintura, domina el ambiente íntimo y hogareño. Es un cuadro que el pintor realizaría para sí mismo. De ahí la evidente espontaneidad, tanto en la escena representada como en el modo de pintarla, ya que se aprecia una pincelada muy rápida y suelta. Además se ha detenido con detalle, solo en lo que más le interesa. En especial en las cabezas y rostros de los tres personajes.
De hecho, no está concluido, tal y como se ven en cierta partes donde apenas hay pintura y solo se descubre la imprimación inicial. Tal vez por hacerlo en sus ratos libres, y verse obligado a abandonarlo en numerosas ocasiones ante el cuantioso volumen de trabajo que tenía el maestro de Amberes. Aunque también hay estudiosos que piensan que se dejó zonas sin trabajar para plantear una posible ampliación de la familia, incorporando a un nuevo bebé, ya que en 1635 nació una nueva niña que quizás hasta pudo abocetar para agregarla.
Aún así es una obra de gran encanto, sobre todo en el modo de representar a sus hijos. Al pequeño Frans lo muestra juguetón y mirándonos a nosotros, los espectadores. Mientras que su hermana, Clara mira a su madre con veneración. Lo cierto es que algunos han querido ver en Helene la representación de una especie de Madonna de carácter profano.
No obstante, incluso sin terminar la obra, se denota la calidad del cuadro en su extraordinario colorido. Un color que en Rubens, pese a su origen flamenco, siempre hay que vincularlo con su conocimiento y admiración por la pintura veneciana, especialmente por el que consideraba su gran referente: Tiziano.
La obra hoy en día es propiedad del Museo del Louvre de París.