Santa Catalina de Alejandría de Caravaggio
Este cuadro realizado hacia el año 1597 para el cardenal Francesco Maria del Monte muestra varios de los aspectos destacables del arte y la personalidad de Caravaggio. Sin duda es una obra maestra creada por encargo de uno de sus primeros mecenas. Una obra que muestra a la perfección su estilo de sombras que crearían el tenebrismo, una corriente del Barroco perfecta para expresar todo el dramatismo posible en las escenas de carácter religioso, que tan famoso hizo a este pintor.
Sin embargo, en este caso para representar a una santa elige a una de las cortesanas más famosas de la época: la bella Fillide Melandroni, la cual también fue la modelo femenina para su Judith y Holofernes. Y de hecho, se supone que pudo tener con ella algo más que una relación de pintor y modelo, ya que los historiadores especulan con que su relación fuera el detonante del crimen que cometió contra otro hombre, amante de la mujer y quizás su proxeneta.
Michelangelo Merisi, más conocido como Caravaggio, siempre anduvo en el filo, con una vida en la que no faltaron los delitos, las huidas y los juicios. Sin embargo, eso no fue impedimento para que compusiera obras tan bellas y envueltas de espiritualidad como este lienzo que actualmente posee el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid.
Vemos a la santa con todos los atributos de su iconografía. La viste ricamente, como corresponde a los orígenes principescos del personaje, y la sienta sobre un cojín, cómodamente y mirando al espectador. Hasta ahí, la imagen es de total naturalismo. Una joven cualquiera atractiva y bellamente vestida, mirándonos de forma cautivadora. Unas sensaciones que eran fáciles de evocar gracias a la modelo elegida.
Pero luego están el resto de detalles que aluden al sufrido martirio que acabó con su vida. Está la rueda con cuchillos con la que se le torturó, también está la espada con la que se le cortó al cabeza y también se ve la palma que alude a su martirio. Si bien, el elemento que deja más claro ese carácter sacro es la delicada aureola dorada que vemos brillar sobre la cabeza de la muchacha. Una aureola para un santo que nunca antes había pintado Caravaggio, y que aquí incorporó tal vez para compensar la verdadera profesión de la modelo o que realmente le inspiraba esa idea el rostro angelical.
Todo ello tiene que ver con el tema representado, pero luego está la técnica de un genio. Como era habitual en sus obras, Caravaggio tan apenas hacía esbozos o dibujo alguno. Se lanzaba con los colores a pintar, en este caso un derroche de tonos azules y morados. Con ellos plasmaba la luz y el volumen, gracias a sus magistrales claroscuros. Y curiosamente el estudio y restauración de esta tela han mostrado que el pintor, pese a su maestría y rapidez a la hora de pintar, también sacaba tiempo para importantes modificaciones. Podía cambiar todo una masa de color si no le convencía o pintaba una y otra vez una mano hasta que quedaba contento con su realización. En definitiva, como ocurre con casi todas las obras de Caravaggio, estamos ante una imagen genial y única.