Sibila, Velázquez
A principios de la década de los treinta el artista barroco Diego de Velázquez rompía con el tradicional estilo caravagista que hasta entonces enmarcaba sus piezas de la época sevillana para refugiarse en una estética más clasicista como se aprecia en la obra que aquí comentamos y que lleva por título La sibila.
Diego Rodríguez da Silva y Velázquez, más conocido sencillamente como Velázquez (1599 – 1660) está considerado como el mejor exponente de la pintura barroca española. En su haber cuenta con más de ciento veinte obras de una gran calidad artística que a día de hoy siguen captando la atención de los expertos. Tras una primera etapa en Sevilla donde comenzó su formación, el artista se trasladará a Madrid de la mano del que será su maestro y suegro Francisco Pacheco para ponerse al servicio de la monarquía española con algunos de los encargos más importantes de su tiempo. Sin embargo Velázquez también viajó a Italia donde pudo conocer y estudiar las obras de los grandes genios renacentistas, precisamente la obra de la Sibila muestra la influencia que el estilo renacentista tuvo en el genio español.
Se trata de un pequeño lienzo pintado al óleo con formato vertical que apenas mide unos sesenta centímetros de altura y cincuenta de anchura. La obra permaneció en el olvido hasta mediados del siglo XVIII cuando se catalogó en los fondos del palacio de La Granja de San Ildefonso como una de las obras del pintor sevillano en la que se representaba a su esposa Juana Pacheco.
En realidad, la identidad de la modelo es una cuestión que aún a día de hoy no parece del todo segura; en el XVIII era algo común que los críticos o expertos en arte relacionasen a los modelos de los lienzos con los familiares de los artistas pero lo cierto es que el único retrato conocido de Juana es el que el propio Velázquez incorporó en otro de sus lienzos, una Natividad, y los rasgos no parecen coincidir demasiado.
El artista ha representado en esta ocasión una Sibila, una figura propia de la tradición grecorromana que predecía el futuro y que también incorporaría la iconografía cristiana como profetisas de la llegada de Cristo. En la época renacentista su representación cobró un gran auge y así podemos encontrarlas en obras tan destacadas como en la Bóveda de la Capilla Sixtina pintada por el mismo Miguel Ángel.
La mujer aparece representada de perfil, igual que se hacía con los retratos dispuestos para medallones y en sus manos lleva una tabla en la que escribiría las profecías. Algunos autores han querido ver en esta representación una personificación de la pintura o de las artes aunque parece poco probable por la falta de atributos que la identifiquen.
En la actualidad el lienzo se conserva en el Museo del Prado de Madrid donde se encuentra la mayor parte de la colección de las pinturas de este genio del barroco.