Tema griego moderno después de la matanza de Samotracia
Durante la época del Romanticismo, la guerra de independencia que se vivió en Grecia levantó muchas simpatías entre los artistas e intelectuales europeos. Por ejemplo, el gran Eugene Delacroix hizo su particular homenaje a esos acontecimientos con su obra Grecia expirando ante las ruinas de Mesolongui. E incluso, el poeta británico Lord Byron se fue a tierras helenas para combatir allí.
En ese mismo espíritu romántico se encuadra este enorme lienzo (274 x 342 cm) titulado Tema griego moderno después de la matanza de Samotracia. Un cuadro que pintó Auguste Vinchon en el año 1827 y que en la actualidad se conserva en el Museo del Louvre de París.
Se centra en las dramáticas condiciones en los que quedó la isla de Samotracia en el año 1821 tras un devastador ataque de los turcos. La imagen no puede ser más elocuente ya que nos muestra el cuerpo de un hombre de edad ya avanzada que está sentado y completamente abatido mientras mira el cuerpo de un bebé que tiene en su brazo derecho, al mismo tiempo que con la otra mano está tocando el cuerpo casi desnudo y muerto de la que se supone que es su hija, ya que estaría dando el pecho al niño, que por lo tanto es el nieto del personaje.
La escena parece desarrollarse a las puertas de una casa humilde, en cuyas inmediaciones también se ve el cadáver de otro hombre, que yace muerto, aunque todavía lleva en su mano un pequeño cuchillo con el que ha intentado defender a su familia.
Un cuchillo que era un arma ya completamente inútil en esos tiempos, tal y como vemos el paisaje destrozado, al que precisamente nos lleva la mirada el autor, gracias a ese cuerpo muerto colocado en dirección perpendicular a la superficie del cuadro, logrando así darle mayor profundidad a la imagen.
Y como fondo de una escena tan terrible queda el humo que ha dejado la destrucción de la batalla, todavía más estremecedor con luz del atardecer.
Una nota bien curiosa es que el personaje principal, al cual vemos destrozado por el dolor, aunque en una pose muy digna, viste las ropas tradicionales de vivos colores. Esto es algo que suele ser común en estos cuadros del Romanticismo. Donde una ola de orientalismo inundó muchas obras. Pero aquí, aunque Vinchon no duda en explayarse en esos chalecos o turbantes, también es verdad que con eso no alivia el dolor y el dramatismo de esta escena, con la que al fin y al cabo, sin que nos muestre una cruenta batalla, es capaz de plasmar todo el horror que deja la guerra.