Trascendencia pictórica de la obra de Goya
La pintura de Goya implica la ruptura con la tradición, aunque sea innegable su relación con Velázquez, los pintores barrocos italianos o los maestros ingleses del siglo XVIII o con Durero. Esta ruptura se basa en el abandono del respeto hacia las leyes ópticas de pintar lo que se ve (aunque se haga de forma más o menos personal), para crear un mundo propio, subjetivo, en el que la fantasía y la crítica juegan un papel más importante que la realidad visual. En este sentido sus más claros antecedentes son El Bosco, con sus fantasías oníricas y los seres monstruosos y Valdés Leal con sus visiones macabras y apocalípticas. Sin embargo, a diferencia de ellos, Goya concibe la pintura más como un arte de testimonio y transformación que de representación, “gritando” en ocasiones su opinión, como ocurre en los cuadros de tema bélico por ejemplo, que le sirven para mostrar por primera vez, a la manera del hombre contemporáneo, su rechazo hacia la guerra, por todo lo que tiene de inhumana, ya que saca a relucir la parte animal, destructiva y visceral que todos llevamos dentro, que se hace dueña de nuestros actos, tapando al ser racional que se supone que somos. En este capitulo de denuncia, quienes se llevan la palma son sobre todo sus series de dibujos y grabados. Sus dibujos nos ayudan a conocer el compromiso de Goya con la Ilustración y el espíritu del naciente liberalismo, destacando entre todos los dedicados al Tribunal de la Santa Inquisición, institución a la que somete a una feroz crítica. Sus series de grabados hechos al aguafuerte, constituyen la parte de su obra gráfica en que contempla la realidad desde un punto de vista más crítico, humorista y pesimista. En “Los Caprichos” roza el esperpento (“El esperpento lo ha creado Goya” es una frase de Valle Inclán), al reflejar su respuesta a la crueldad, la superstición o incluso la locura, en los “Desastres”, muestra los horrores de la guerra, así en abstracto, en “Disparates” o “proverbios”, su imaginación se dispara.
Pero en lo que es también fundamentalmente revolucionario es en sus aportaciones e innovaciones técnicas. Goya rechaza el neoclasicismo, la consideración del dibujo académico, el color estático y casi acromático y la técnica, y así, saltando sobre él, enlaza con los grandes maestros del barroco para postular una pintura en la que el dibujo pierde su papel preponderante, ensalzando el color, la inspiración y el movimiento. La pintura de Goya con su riqueza en los brillos, colores y luces difiere completamente de la de sus contemporáneos, como David. En él encontramos la confirmación de que la esencia de la pintura está en el color, por lo cual en ese sentido es uno de los primeros pintores modernos. El uso de la espátula en la aplicación del color, la pincelada larga, pastosa, en toques sucesivos, …, todo ello anuncia la posterioridad.
Goya preludia bastantes aspectos de la pintura posterior a él, por lo que una gran parte de los movimientos artísticos posteriores están influidos por su obra. Así los realistas franceses se inspiran en su técnica y concepción pictórica; los impresionistas en la técnica de manchas que desarrolla en obras como “La lechera de Burdeos”, sin olvidar que Manet, uno de los “padres” del Impresionismo, lo estudia directamente, llegando a homenajearlo en algunas obras como “El pífano”, por ejemplo; los expresionistas, tras la Primera Guerra Mundial, recogen el testigo dejado por el pintor aragonés al plasmar el dolor, el miedo, el mundo interior perturbado, lleno de seres extraños y fantasmagóricos; por último los surrealistas, continúan con su captación de un mundo de sueños, del estilo del presentado por Goya en grabados como “Los Disparates”, donde su imaginación se manifiesta libremente, con imágenes dislocadas, siniestras, con seres embrionarios a medio formar, con híbridos, en definitiva con el absurdo como protagonista.