Yves Klein y los pinceles vivos
Pocos artistas en la reciente historia del arte contemporáneo han sido capaces de crear -en un periodo de tiempo tan breve- un arte caracterizado por la singularidad y la actitud crítica hacia los cánones establecidos como Yves Klein. Su legado artístico quizás no ha sido todo lo valorado que se mereciese, y si bien su nombre aún resuena entre los críticos de arte, para el gran público Yves Klein aún permanece en el anonimato. Paradójicamente la herencia artística de Klein ha estado más ligada al color que patento, el azul Klein, que a su propia producción artística.
Yves Klein (1928 – 1962) es uno de los pintores asociados a la estética neo- dadá, que surgió en la década de los veinte y los treinta como una muestra de rechazo hacia la una estética expresionista ya demasiado agotada en el campo pictórico. Nacido en Niza, en el seno de una familia de artistas, Klein se formó primero en la Escuela Nacional de la Marina Mercante y posteriormente en la Escuela Nacional de Lenguas Orientales; durante este periodo practicó a menudo las artes marciales, en especial el judo, un hecho que influiría notablemente en su carrera artística. Desde finales de la década de los cuarenta hasta principios de los cincuenta el artista viajó por España, Italia y Alemania hasta que a mediados de los cincuenta se estableció definitivamente en Paris.
Es precisamente en esta época en la que el artista empieza a trabajar con los monocromos; Klein cansado de un arte <> como él mismo calificaba al expresionismo optó por explorar las calidades táctiles de la materia adentrándose en un discurso pictórico más sensitivo que teórico. La aplicación de un solo color (monocromos) permitía al artista y al espectador centrarse en la textura de la pintura y a finales de la década de los cincuenta Klein tan sólo utilizaba su azul (International Klein Blue o IKB) en sus composiciones.
En un afán aún más rupturista el artista consideraba que, a estas alturas de la historia del arte, los pinceles se encontraban dotados de una excesiva carga psicológica de la él deseaba a toda costa liberarse. En este sentido Klein empezó a trabajar con lo que él mismo denominaría como pinceles vivos; así el artista componía sus lienzos embadurnando de pintura el cuerpo de distintas mujeres y haciendo que éstas se tumbasen o rodasen directamente sobre el lienzo. En muchas de las posturas que tomaban las mujeres, siempre dirigidas por Klein quien solía colocarse en lo alto de una escalera para dirigir la escena, se pueden apreciar las diferentes posturas influidas por las artes marciales. A menudo los movimientos de las modelos o más bien de los “pinceles” estaban acompasados por una melodía compuesta por el propio Klein, la Sinfonía Monótona, y la escena creativa era contemplada por un reducido público que a petición del artista acudía al evento vestido de rigurosa etiqueta. En este sentido parece inevitable relacionar la concepción artística de Klein con el fenómeno de las performances que tanta importancia tendrá en la segunda mitad del siglo XX.