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El Camarín Barroco

Publicado por Laura Prieto Fernández

El camarín barroco se ha convertido en uno de los espacios más identificativos de la estética del siglo XVII, en él se recogen todos los principios y características arquitectónicas y escultóricas dentro de un pequeño espacio.

El Barroco se originó a finales del siglo XVI y se extendió durante el siglo XVII. Coincidió con un periodo de intensas transformaciones socioculturales en Europa. Este estilo arquitectónico y artístico surgió en parte como respuesta a los movimientos reformistas dentro de la Iglesia Católica.

Influyó también en la teatralidad de las formas y en su uso decorativo extravagante. Las obras solían transmitir un sentido de dramatismo y emoción, características que encontraron un reflejo claro en los camarines.

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Debemos señalar que los camarines barrocos son un elemento propio de la arquitectura española y que posteriormente, adquirió gran importancia en Latinoamérica. España, fuertemente involucrada con las doctrinas de Trento y la Contrarreforma debido a los ideales de los monarcas de la casa de Austria, fue uno de los países con mayor proliferación de obras que seguían la denominada estética barroca.

En Latinoamérica, los camarines barrocos tuvieron un impacto significativo, adaptándose a las tradiciones arquitectónicas locales. El mestizaje cultural permitió la incorporación de detalles autóctonos.

Estas características enriquecieron las ya intrincadas estructuras barrocas con elementos decorativos de origen indígena. Esto es observable en famosos ejemplos como el camarín de la Virgen de Quito.

En su origen estos pequeños espacios se crearon como un lugar donde los feligreses acudían a tomar la comunión evitando así que se formasen largas y molestas colas en la celebración del culto, por ello su localización en el templo es, generalmente, en la capilla mayor del templo o en la cabecera de éste.

Con el tiempo los camarines barrocos comenzaron a adquirir mayor relevancia y se terminaron por convertir en un lugar de devoción a la sagrada forma o a alguna imagen relevante de la ciudad, normalmente asociada con la devoción mariana o nazarena, ya que muchos de estos espacios fueron sufragados por las cofradías religiosas. Algunos de estos espacios también se utilizaron como lugar de devoción a las reliquias. Pese a que los camarines forman parte del presbiterio o cabecera del templo y se hacen visibles desde el interior del espacio, constituyen un espacio independiente profusamente decorado y que cuenta con una iluminación espacial propia.

Los elementos arquitectónicos más destacados de los camarines barrocos incluían el uso extensivo de columnas salomónicas y retablos ornamentados. Estas estructuras frecuentemente empleaban materiales como la madera tallada y el estuco, decorados con pan de oro para magnificar su aspecto visual.

La interacción de luces y sombras, reforzada por la iluminación natural, lograba acentuar el ambiente sacro y ceremonial de estos espacios. Además, la decoración de los camarines barrocos se centraba en iconografía religiosa, buscando intensificar la experiencia devocional a través de la representación visual de escenas bíblicas y santos venerados.

Este enfoque no solo enriquecía el entendimiento espiritual del espacio, sino que también cimentaba su papel como núcleos de contemplación y reflexión devocional.

En ocasiones se ha establecido una división entre estos espacios devocionales en función de si están o no integrados dentro de la fachada exterior del templo que los alberga; para aquellos que están conformados como una unidad independiente, se toma como punto de referencia u origen los sagrarios de La Catedral de Toledo o El Monasterio de Guadalupe, ambos realizados por Nicolás de Vergara el Joven.

Nicolás de Vergara el Joven, renombrado arquitecto del final del Renacimiento y principio del Barroco español, es conocido por su habilidad en mezclar elementos del diseño tradicional con innovaciones artísticas. Su obra en sagrarios, como los de Toledo y Guadalupe, ejemplifica la sofisticación y la maestría técnica inherentes a su legado arquitectónico.

Esto sentó un precedente para las construcciones de camarines posteriores.

El pequeño espacio del camarín barroco se articulaba normalmente a través de una planta octogonal u ovalada; en ellos se siguen desarrollando los mismos elementos arquitectónicos que en los grandes espacios: columnas salomónicas, juegos de luces y sombras, frontones partidos, líneas que dibujan dibujas distintos planos con curvas y contra-curvas… todo ello sazonado con una profusa decoración que giraba en torno a la imagen de devoción o a la Sagrada Forma. Ésta decoración tenía un base teatral, los materiales eran en realidad más bien pobres (yesos, panes de oro…) pero todo ello se engalanaba de dorados con la intención de dar una profunda sensación de magnificencia y de invitar al espectador a la oración y contrición. En este sentido no debemos olvidar que si bien el siglo XVII es el siglo de oro para las artes, el país estaba suido en una profunda crisis de la que incluso, la arquitectura se hacía eco.

Con la llegada del siglo XVIII estos espacios continuaron siendo centro de atención, se impusieron las estéticas aún más recargadas y en ocasiones –sobre todo en Andalucía- la zona inferior quedó reservada como espacio sepulcral.