El Monasterio de Petra
El Monasterio o Ad Deir supone, junto a la monumentalidad del edificio de El Tesoro, una de las fachadas más espectaculares de la ciudad nabatea de Petra, un inmenso conjunto arqueológico considerado una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno.
Ya su tamaño es espectacular, ya que tiene 43 metros de altura y 42 de ancho. Tal vez no parezcan unas dimensiones colosales teniendo en cuenta las alturas de otros edificios históricos, pero es que hay que tener en cuenta que se trata de una fachada tallada a mano en la propia roca arenisca de este territorio de Jordania. Una roca relativamente blanda en comparación con otras, pero aún así el trabajo para labrar tal construcción, cuyo interior está hueco, es increíble.
Se tallaría hacia el primer siglo de nuestra era en honor del rey santo Obodas II, quien había vencido en repetidas ocasiones a pueblos enemigos de los nabateos, como los asmodeos o los moabitas.
Para su realización se inspiraron en el Tesoro o Al Kazneh que hay en la parte baja de Petra, en su otro extremo. Aunque la calidad del trabajo es algo menor, además de que se han perdido por completo las columnas que habría en las diferentes hornacinas de la fachada. Así como también se ha perdido el patio que habría frente a la fachada, el cual se rodearía de columnas y se usaría para la celebración de ceremonias religiosas. Al igual que habría un lugar específico para sacrificios.
No obstante, en tiempos de la ciudad nabatea no tendría la función de monasterio como tal. Eso ocurrió siglos más tarde, cuando monjes bizantinos se alojaron aquí y dejaron diversas cruces cristianas que sirvieron para que los beduinos acabaron nombrando al lugar como Ad Deir (monasterio).
Ya hemos dicho que su fachada tiene mucho parecido con el modelo del Tesoro. Por ejemplo se aprecia un frontón partido en la parte superior que sirve para enmarcar en el centro un torreón o tholos circular con techo cónico, el cual está coronado por una urna. Todo remite a la arquitectura helenística, que tanto influyó a los nabateos, ya que al comienzo sus construcciones carecían de este tipo de elementos para las fachadas a base de columnas, frontones, tímpanos o frisos tallados sobre la propia. Serían fachadas más simples, pero a partir del siglo I a. C. optaron por añadir esos trabajos escultóricos.
Poco a poco los más ricos habitantes de la ciudad compitieron en esta ornamentación, tanto para las fachadas de sus casas como para sus tumbas. Y lo hicieron mezclando las influencias de lo helenístico con las propias tradiciones nabateas. De ahí la extraordinaria singularidad del conjunto.