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Monasterio de Santa María de Meira

Publicado por A. Cerra

Monasterio de Meira

En otros momentos os hemos hablado de un estilo medieval, el arte cisterciense, a caballo del románico y el gótico, y que se dio en diversos lugares de Europa. Especialmente en Francia, de donde era originaria la abadía de Claraval, germen de esta orden. Y también en España, donde se pueden ver ejemplos de monasterios por todo el norte del país.

Otra de esas muestras la hallamos en Galicia, en el Monasterio de Santa María de Meira en la provincia de Lugo. Realmente del monasterio original hoy en día solo queda la iglesia, pero con ella es suficiente para poder apreciar las características generales del arte cisterciense. En especial en su fase más temprana y cercana a las formas románicas. Y es que estamos hablando de una construcción de mediados del siglo XII, si bien hay noticias de que en este mismo emplazamiento ya habría un cenobio benedictino con anterioridad.

Del estilo cisterciense destaca especialmente la sobriedad en sus formas. Tan apenas hay decoración en este tipo de arquitecturas, ya que se siguen los mismos principios que seguían los monjes en su cotidianeidad. Los cuales se regían por el lema “ora et labora”, reza y trabaja.

Así al entrar a la iglesia inmediatamente nos llega una idea de desnudez de la piedra y las estructuras arquitectónicas. Es una iglesia de tres naves, de las cuales la central se cubre con bóveda de medio cañón ligeramente apuntado. Mientras que la cubierta en las laterales es la bóveda de arista.

Las naves se separan por arcos formeros apuntados, lo cual es otro síntoma de la fusión románico-gótico que nos plantea el estilo cisterciense. Al igual que ocurre con los pilares donde apoyan, a los cuales se adosan columnas para esos formeros y también para los fajones de las bóvedas de las naves.

La misma idea de sobriedad, de austeridad absoluta, inspira la fachada de la iglesia. Una fachada que como es habitual en otros templos gallegos está en ángulo recto respecto al conjunto del monasterio.

Esta fachada se articula en tres cuerpos de desarrollo vertical, que obviamente coinciden con las naves internas. Y por supuesto se manifiesta su diferencia de altura, ya que la parte central de la fachada es más alta, y allí aparece el elemento que más atractivo le da al conjunto. Un gran rosetón, que aunque no sea un prodigio de decoración, anima la fachada. Si bien es verdad que se concibió sobre todo como algo funcional, ya que por ahí se debía de bañar de luz natural la iglesia.

Y bajo el rosetón está la portada abocinada con varias arquivoltas. Y lo que quizás sea lo más valioso de todo el conjunto: el viejo portón de madera original, que todavía guarda los herrajes de hace siglos. Una joya de la artesanía medieval.