Fuerte Alexander
El referente para esta fortaleza rusa situada frente a la ciudad de San Petersburgo fue el Fuerte Boyard de La Rochelle en la costa atlántica francesa que mandó construir el propio Napoleón Bonaparte en el año 1801. Unos años más tarde los zares de Rusia decidieron construir esta fortaleza en el mar Báltico, concretamente en 1838 y se acabó en 1845, mucho antes que el modelo galo en el que se inspiraron, que no concluyó hasta doce años después.
Para levantar el Fuerte Alexander, el primer paso fue crear una isla artificial en este tramo del Golfo de Finlandia. Un primer trabajo que llevó varios años de diseño y duras faenas. Se hubieron de instalar más de 5.550 pilotes de madera en el lecho marino. Unos postes muy largos, de unos 12 metros. Todo ese entramado, posteriormente se cubrió sucesivamente de un manto de arena, otro de hormigón y un tercero a base de placas de granito. Un trabajo ingente, pero solo eran los cimientos. Con ello, únicamente se había acabado una isla artificial y ya se podía empezar a construir la fortaleza propiamente dicha. La cual fue un diseño ideado por Mikhail von der Veide.
La planta de la misma es un gran óvalo, y a partir de él, se eleva con tres alturas rodeando todo el fuerte. Una construcción a base de ladrillo, si bien todo está recubierto de granito, para darle una apariencia más imponente, y desde luego ser más resistente.
Todo el perímetro está rodeado por esos tres pisos, en cuyas estancias hay capacidad para un millar de soldados y por todo su frente externo se despliegan más de cien baterías de cañones orientados a los cuatro puntos cardinales. Mientras que los muros internos rodean un amplio patio abierto cuya superficie supera los 5.000 metros cuadrados.
Una estructura de lo más resistente, pero que nunca se ha utilizado en un hecho bélico. Durante el reinado del zar Alejandro I, a mediados del siglo XIX, ninguna potencia europea osó atacar a Rusia desde el Báltico. Así que poco a poco más que un punto defensivo, se convirtió en un arsenal para munición. Una función que también acabó perdiendo, y antes de que acabara el siglo XIX, el ejército ruso dejó de usarlo.
Entonces comenzó una nueva vida para el recinto aprovechando su aislamiento y la fortaleza de sus muros. Se convirtió en un gran laboratorio bacteriológico. De aquí salieron a principios del siglo XX hallazgos médicos relevantes contra diversas enfermedades como la peste, la escarlatina, el tifus o el cólera, entre otras.
No obstante, terminó por ser abandonado y de hecho en la actualidad se ha convertido en una visita turística para conocer su arquitectura y su historia.