Iglesia de Nuestra Señora de Brujas
El patrimonio histórico y artístico de Brujas en Bélgica la convierte en una ciudad que toda ella es un museo, sobre todo gracias a sus edificios de estilo gótico. Y entre todo ese conjunto hay algunas edificaciones que destacan especialmente. Una de ellas es la Iglesia de Nuestra Señora o Onze Lieve Wrouwekerk, en la lengua flamenca local.
Se trata de un templo que se comenzó a levantar a comienzos del siglo XIII, a partir del año 1210. Pero desde esa fecha se sucedieron distintos momentos constructivos, por lo que se puede ver muy bien gran parte de la evolución del arte gótico flamenco e incluso el paso e influjo de la arquitectura renacentista.
Por ejemplo, se sabe que entre los años 1270 y 1335 se construyó la delicada zona del coro, que tiene forma poligonal y se encuentra rodeado por unos característicos arcos rampantes. Coincidiendo con el final de estas obras se construyó también la nave izquierda de la iglesia. Sin embargo, para que se concluyera la del lado derecho, hubo que esperar hasta 1474. De este modo, en total la iglesia tiene un desarrollo de cinco naves. Una naves que se separan por pilares fasciculados para recibir los empujes de los numerosos nervios que recorren las distintas bóvedas.
Y si la construcción de las naves se prolongó tanto en el tiempo, lo mismo se puede decir de la torre, que todavía es más tardía ya que no se acabó hasta 1549. Por cierto estamos ante un auténtico torreón más que un campanario, ya que es un verdadero bastión defensivo y militar para la ciudad, dada su enorme altura que llega a los 122 metros y lo grueso y potente de sus muros.
Pero a todo ese repertorio arquitectónico todavía había que sumarle una enorme cantidad de elementos que se fueron añadiendo con el paso del tiempo. Desde un púlpito en la nave central hasta una Virgen con el Niño labrada por el gran escultor italiano del Renacimiento Miguel Ángel Buonarroti.
Esta escultura es la gran joya de toda la iglesia de Nuestra Señora de Brujas, pero hay muchas otras. Y es que parece que todo el templo se concibiera como un gigantesco cofre para albergar numerosos cuadros y tesoros distribuidos por cualquier lugar, sobre todo por el ábside y el coro del templo. Sin olvidar las distintas capillas radiales que recorren el deambulatorio de la cabecera.
Unas capillas que se convertían en prácticamente propiedad de los personajes más prósperos de la ciudad, y que allí aprovechaban para encargar obras a los artistas más reputados de su tiempo, algunos tan destacados como el célebre retratista del barroco Anton Van Dyck. De esta forma, el arte de diversas épocas y disciplinas se fusiona y acaba por convertir a esta iglesia en un conjunto esplendoroso.