El pintor y sir Endimion Porter de Van Dyck
Este cuadro es una obra pintada al óleo sobre lienzo en torno al año 1630 por el artista Anton van Dyck y que en la actualidad se conserva en el museo del Prado de Madrid.
Anton van Dyck fue un pintor barroco que desarrollo toda su producción pictórica en Inglaterra aunque sus orígenes familiares, como denota su apellido, eran en tierras flamencas, algo que sin duda se manifiesta en su manera de entender la pintura.
Principalmente ha pasado a la Historia del Arte como un magnífico pintor de retratos, uno de los más destacados del estilo Barroco. Sus obras se pueden ver en los mejores museos del mundo, como es el caso de esta obra expuesta en el Prado, así como en Madrid también se puede contemplar el retrato de Jacques le Roy, aunque en este caso en el museo Thyssen Bornesmiza. Otras de sus obras maestras repartidas por las pinacotecas más importantes son los retratos de Carlos I de Inglaterra propiedad del Louvre de París o el retrato de Sir Thomas Chaloner en las salas del Ermitage de San Petersburgo.
Como se puede apreciar por los títulos de todas estas obras fue un pintor que principalmente trabajó para la aristocracia británica, lo cual le acabó convirtiendo en el pintor de la distinción y la sobriedad que intentaba transmitir esa exquisita clase social, lo cual de alguna forma hizo que perdiera parte del colorido y la brillantez que Anton van Dyck aprendió de mano de su maestro, el belga Peter Paulus Rubens.
No obstante en sus obras se puede ver como fusiona la tradicional vitalidad de la pintura flamenca con la finura típica del arte inglés. Esta alianza de influencias, Anton van Dyck fue capaz de convertirla en su seña de identidad y al mismo tiempo creó escuela, ya que fueron características que legó a los retratistas posteriores británicos del siglo XVIII.
En este caso pintó a sir Porter, un coleccionista de pintura, pero también poeta, diplomático y político de la época. De la personalidad del retratado se desprende que tal vez fuera él mismo quién propusiera a van Dyck que se autorretratara en la obra, algo que de una forma no era más que un halago para ambos, ya que por parte del pintor significaba que su encargante lo consideraba un igual, y por parte del retratado era garantizarse pasar a la posteridad junto a un artista que iba a pasar a la historia.
Y así es, van Dyck pasa a engrosar la lista de los mejores retratistas de todos los tiempos por su extraordinaria capacidad para plasmar en sus retratos una gran profundidad psicológica de los personajes representados, además de poseer un gran habilidad para que el conjunto de la obra posea una hermosa armoniosidad, y sobre todo solemnidad, algo que sirvió de modelo para los retratistas posteriores, no solo en las islas británicas, sino para todos los artistas especializados en retratos que desarrollaron su trabajo en Europa durante los siglos XVII y XVIII.