Palacio Real de Turín
La ciudad de Turín así como su historia y la de su arquitectura han ido íntimamente ligadas a la familia de los Saboya. De hecho, esta ciudad en la región del Piamonte en Italia fie escogida por los miembros más destacados de la familia Saboya como la capital de sus dominios entre los siglos XII y XIX, esta dilatada extensión temporal hizo que a lo largo de toda la región surgiesen importantes construcciones encargadas por la familia real que se iban levantando en función de las tendencias estilísticas de cada época y que a día de hoy se conocen como las Residencias de la Casa Saboya y forman parte de la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Pero sin lugar a dudas de todos estos monumentos el más reseñable es el Palacio Real instalado en el centro de la capital, en la Plaza Castello. Según fuentes documentales halladas al respecto la construcción actual no era el palacio primitivo que eligieron los Saboya para instalar su sede sino que éste ha surgido tras una serie de modificaciones.
El primitivo palacio se trataba de un fastuoso palacete episcopal que fue expropiado por Manuel Filiberto de Saboya para convertirlo en su residencia personal, esta decisión no sólo modificó la fisonomía de la plaza Castello en la que se ubicaba el palacio sino la de toda la ciudad. Pese a su magnificencia el palacio se ubicaba en los límites de la muralla de la ciudad lo que hacía que en caso de ataque a Turín, éste se mostrase particularmente vulnerable. Por ello el rey del Piamonte mandó derribar parte de la muralla de la ciudad y construir otros edificios que rodeasen su palacio.
Sin embargo los verdaderos trabajos de construcción que dieron al Palacio Real su aspecto más actual tuvieron lugar en los siglos XVII y XVIII; en esta época el palacio se adaptó a las necesidades de la reina regente Cristina de Francia con arquitectos como Carlo y Amadeo Castellamonte en el siglo siguiente por encargo del heredero Carlos Manuel, Francisco Juvara.
Al exterior el palacio rompe con las convicciones de la estética barroca de su tiempo, más bien todo lo contrario ya que en la fachada principal encontramos un edificio clasicista con una decoración sobria de vanos rectangulares colocados simétricamente. De la misma manera las dos alas del edificio también son simétricas y tan solo se rompe la armonía horizontal por la enorme cúpula de la Capilla del Santo Sudario en las inmediaciones del palacio.
En el interior el palacio está dominado por la belleza de su decoración y del mobiliario, cada uno de los elementos está cuidadosamente pensado y en su decoración intervinieron algunos de los arquitectos y pintores más famosos de la época como Dauphin, Duprá o Mura. Especial atención requieren salas como el conocido Salón Chino que es obra de Beaumont o la Gran Galería en la que se conservan los frescos realizados por el pintor Damiel Seyter además de la gran escalera de tijera que proyectó Juvara en un alarde de maestría técnica.