Templo de Luxor
La construcción de este templo del Antiguo Egipto se inició en el año 1390 antes de Cristo durante el reinado del faraón Amenofis III, y un siglo más tarde fue ampliado y terminado por otro faraón, ya durante la época del Imperio Nuevo. Se trataba del gran faraón Ramsés II.
Durante el reinado de Amenofis III, el poderío egipcio había disminuido sustancialmente en el exterior y la situación económica en sus dominios también había empeorado. Semejante situación política y económica se tradujo en las artes en un periodo de cierta decadencia, que sin embargo los artistas y quienes les pagaban trataron de ocultar realizando obras en las que apelaban a las glorias de un pasado más brillante, es decir, no se puede considerar que la arquitectura de este periodo sea de una altísima calidad, y en cambio si se producen edificios grandiosos y descomunales de gran contenido propagandístico, como la Gran Sala Hipóstila del vecino templo de Karnak.
La enorme ventaja para la historiadores que supone el templo de Luxor es que ha llegado a nuestros días extraordinariamente bien conservado. Se trata de un templo dedicado a la deidad Amón-Rá, y se ubica dentro del recinto funerario de la antigua ciudad de Tebas.
A diferencia del cercano templo de Karnak, este de Luxor es mucho más simple, con menos historia y sin tantas ampliaciones a lo largo de los siglos, ya que Luxor no era el templo principal de la ciudad.
La bienvenida al templo la dan dos obeliscos, y después hay seis colosos sedentes. Luego se levanta un gran acceso con siete pares de enormes columnas que flanquean la vía de llegada hasta el mayor patio del templo, es un patio porticado que conecta con una sala hipóstila. A continuación se suceden nuevas salas, cada vez de menores dimensiones y que conducen al santuario sagrado.
Se puede decir que se trata de un camino desde la amplitud y la luz hacia lo oculto y pequeño, lo más sagrado y profundo del santuario. En definitiva, una sucesión de patios y salas que llevan al templo, al sancta sanctorum, que queda encerrado por altos muros que lo aíslan por completo del mundo exterior y pagano.
Posee una fachada monumental que hace que el creyente de la religión egipcia se sienta pequeño, ínfimo frente a sus dioses. La escala es colosal, ya que la intención era que el hombre se sintiera aplastado ante del poderío divino, y también sintiera el enorme poder y fortaleza de sus gobernantes: los faraones. Pero como se ha dicho antes, esto se consigue con elementos que por querer ser tan colosales tienen cierto carácter de vulgaridad comparándolos con otras obras arquitectónicas y escultóricas del arte egipcio.