Dolores James de John Chamberlain
A medio camino entre la leyenda y lo verídico se cuenta que una buena noche del año 1962, el escultor norteamericano John Chamberlain (1927 – 2011) regresaba a su casa algo bebido. Tanto que no pudo evitar chocar contra su taller de trabajo y estampó su coche contra la pared. Al ver cómo había quedado el vehículo, decidió agarrar un martillo y golpear aquellos hierros y piezas de acero hasta darle una forma más singular. Se supone que entonces surgió su obra Dolores James que hoy forma parte de la prestigiosa Colección Guggenheim.
No obstante hay que decir que Chamberlain para el año 1962 ya llevaba varios años trabajando sus esculturas con piezas de vehículos triturados, deformados y abollados que luego soldaba entre sí. De hecho si nos fijamos en su carismática Dolores James, queda claro que todo ese amasijo metálico no procede de un único coche.
El artista, aunque originario de Indiana, tuvo su contacto con el arte en su juventud y tras haber pasado unos años en el ejército. Sin embargo, entre 1950 y 1952 asistió al Instituto de Arte de Chicago y eso iba a ser definitivo para que optar por el camino de la escultura, sobre todo trabajando el metal. Una tendencia que le llevó en unos años a emplear la chatarra de automóviles, y en 1959 creó su primera obra con este material, a la que le siguieron otras y un buena acogida por el universo artístico de los Estados Unidos. De hecho, su elección para varias bienales internacionales le catapultó a la fama mundial.
Sus trabajos se calificaron de una versión tridimensional del expresionismo abstracto, y por eso su nombre se vinculó al de artistas como Jackson Pollock. Aunque su gusto por la innovación y la experimentación le llevó a no repetir fórmulas exitosas y paulatinamente fue ampliando los materiales con los que trabajaba. Por ejemplo, usaba espuma de uretano, acero galvanizado, bolsas de papel o esculturas de plexiglás a las que daba forma y arrugas mediante la aplicación de calor.
Al mismo tiempo hizo sus incursiones en el mundo del cine o en el de la fotografía, incluso en sus últimos años se adentró en el campo de lo digital. Con todo ello fue recibiendo todos los honores artísticos. Aunque sus obras vinculadas con la chatarra automovilística son las más conocidas de su carrera.
Se trata de esculturas donde se funde lo casual, el azar y también una concienzuda composición. Ese es parte de su encanto, esa aparente casualidad en sus formas, que no lo es tanto. Además de que invita a diversas reflexiones. Por ejemplo, obras como esta pueden verse como un símil de una sociedad industrial que choca y se descompone contra su futuro. O bien también puede ser una visión muy poética de la modernidad.