«El Profeta» de Gargallo
Pablo Gargallo fue un escultor y pintor español (nacido en Maella, Zaragoza), uno de los más destacados del primer tercio del siglo XX, siendo uno de los precursores en el empleo del hierro. Aunque estudió en Barcelona, fue trascendental para su carrera el haber viajado a París, lugar en el que conoció y estudió la obra de Rodin, aunque su influencia determinante va a ser el conocimiento de la obra cubista de Picasso. En sus trabajos con los materiales metálicos, Gargallo recoge la herencia de los herreros y rejeros de siglos pasados que tantas y extraordinarias manifestaciones artísticas dejaron en la historia de España. Su arte y el fuego crearon superficies dóciles y versátiles que plasman de forma perfecta el impacto del mundo interior sobre la forma exterior, que es lo que le interesa representar. La gran aportación de Gargallo fue la valoración del aire, ya que para él el hueco de la escultura, el vacío, va a tener más relevancia que el propio volumen, dando de los dos aspectos de la obra especial relevancia al espacio vacío. Sus esculturas son siempre figurativas, pero está anunciando la abstracción posterior, gracias a las formas que se van a ir estilizando cada vez más.
Esta obra, “El Profeta”, fue el colofón de su carrera. La realizó en 1933 y hoy se encuentran siete ejemplares numerados, uno de los cuales se sitúa en el Museo Reina Sofía de Madrid. Es considerada como una de las obras cumbres de la plástica contemporánea, a la que llegó tras varios años de ensayos y donde suprime la materia inerte, el metal superfluo y la limita a las líneas y planos esenciales para reflejar su expresividad. A pesar de lo recio de su aspecto, abundan en la figura las cavidades y los salientes, de modo que la luz desempeña un papel decisivo a la hora de sugerir el bulto completo y originar diferentes zonas claroscuristas. Las placas de hierro aparecen interrumpidas por los huecos, curvándose y volviéndose sobre sí mismas. Fue el momento culminante en la formación de ese volumen virtual que constituyó la gran ambición de Gargallo, en cuya búsqueda sacrificó los tradicionales conceptos de superficie continua y masa plana y sin cuya actuación es imposible concebir la escultura posterior de Henry Moore.
Es una colosal figura de 2,35 metros de altura, lo que la hace aún más imponente y voluminosa, pese a que el mensaje que nos quiere transmitir no sea temporal ni humano, sino profundamente espiritual. Destaca sobremanera la enorme oquedad de la boca abierta, que parece gritar, como correspondería a las voces de la Biblia que anuncian lo que está por venir, es decir, los profetas, que es lo que al artista le interesa representar. Además, la expresión de la figura queda resaltada por la mano que se eleva por encima, como arengando a la gente de lo que está por venir. Debido a este interés por la expresión, pese a que la obra se inscribe dentro de la influencia cubista, podríamos clasificarla perfectamente como expresionista.