Escultura del Helenismo (III)
De Pérgamo es también otro ejemplo notable de arte escultórico de este período, el “Altar de Zeus” realizado entre los años 180 y 160 a. C. Se trataba de un inmenso altar, cuya base estaba decorada con un enorme zócalo con un altorrelieve que representaba la Gigantomaquia, la lucha entre los dioses y los gigantes. Una primera visión de conjunto percibe un intenso dramatismo, enorme movimiento y poderosa energía transmitida por los músculos prominentes y los pliegues de los ropajes, lo mismo que por el movimiento de los cabellos o las expresiones de los rostros.
El tema central del lado oeste (sería el primero que viese el visitante), representa a Zeus a la izquierda luchando contra tres gigantes a la vez, con su cuerpo descubierto al deslizarse las vestiduras de sus hombros y, a Atenea a la derecha dándose la vuelta para acabar con otro enemigo. Los gigantes aparecen con piernas de serpiente, alados o en forma humana. El que cae a la izquierda de Zeus está de perfil, el de la derecha se desploma sobre sus rodillas y su cuerpo se representa en tres cuartos, mientras un tercer gigante, más a la derecha se levanta para continuar la lucha y aparece de espaldas. Vemos pues una enorme variación en la posición de los cuerpos, pero distinguimos en ella una ordenación de posturas y visiones, que nos remite a la época clásica. También hay reminiscencias de la misma en el grupo presidido por Atenea, que aparece alejándose de Zeus (los dos cuerpos contraponiéndose casi simétricamente), pues el gigante, cuyas alas ocupan la parte superior del relieve está mirando a la diosa con ojos angustiados, recordando la técnica de Scopas. A la derecha de Atenea, la diosa Tierra (madre de los gigantes), se alza desde el suelo para suplicar con su lastimera expresión a la diosa que perdone a su hijo. Una victoria alada, que conoce el desenlace, pasa volando por encima de la Tierra para coronar a Atenea. El tema dominante de Zeus y Atenea, un dios y una diosa poderosos, que se mueven en direcciones opuestas y se giran para mirarse el uno al otro es el mismo (aunque invertido), que aparece en el frontón occidental del Partenón. La cita visual hubiera resultado obvia para cualquier observador de la Antigüedad, subrayando así la pretensión de los reyes de Pérgamo de erigirse en herederos culturales de los atenienses del siglo V a. C.
En el helenismo se hizo frecuente la adaptación de obras anteriores, consideradas como especialmente significativas y, con el tiempo tendieron a ser menos creativas, como si el estilo comenzase a decaer y se hubiese perdido la energía creadora. La célebre “Venus de Milo” (Museo del Louvre, París) es una pieza característica de la segunda mitad del siglo II antes de Cristo, que representa a la diosa semivestida, combinando el desnudo parcial con la composición y el tipo facial de la Afrodita de Cnido praxiteliana. Esta mezcla dio buen resultado y la estatua es muy famosa, pero sin duda, menos original que el grupo de Zeus y Atenea en el Altar de Pérgamo.
A medida que fue transcurriendo el tiempo la dependencia de los artistas con el pasado fue aumentando, pues las imitaciones de obras antiguas perdieron creatividad, como nos ilustra el grupo “Orestes y Electra” del siglo I a. C., grupo que resulta de copias de otras figuras del siglo V a. C., dando como resultado una pieza árida, poco atractiva, incluso el grupo ni siquiera está trabajado en profundidad, ya que están los dos personajes alineados en un mismo plano. Entre estas adaptaciones poco imaginativas y la producción de copias exactas de las obras antiguas solo había un paso, que comenzó a finales del siglo I a. C. y luego fue estimulado por la demanda romana, que por aquel entonces dominaba Grecia