La Virgen con el Niño de la Sainte-Chapelle
Es una de las grandes joyas de la escultura gótica, en esta ocasión realizada en marfil. Una obra que se labró con anterioridad al año 1279, ya que se menciona en el primer inventario que se realizó de las obras de devoción mariana que había en Santa Capilla de París, de donde procede la obra. Si bien en la actualidad se conserva en el Museo del Louvre de París.
Pese a su pequeño tamaño, tiene 41 centímetros de altura, se considera una de las más grandes obras del arte Gótico, por su delicadeza y el ideal de belleza femenina que plantea, donde destaca su rostro de forma triangular rodeado por cabellos ondulados, con una boca que sonríe y unos ojos estirados. Sin olvidar el conjunto de su figura que plasma un suave contoneo que sin duda tiene que ver con el marfil en el que se ejecutó.
De hecho, la obra tuvo muchas réplicas en su momento, y muchas de ellas se realizaron también en París, el lugar donde estaban los talleres más prestigiosos de escultores de marfil.
Esta Virgen de Sainte Chapelle se cree que fue donada por el propio San Luis. Podemos ver una joven y esbelta mujer, adaptada al concepto de elegancia de la aristocracia del siglo XIII. Una mujer vestida con una túnica adornada con oro que se convierte en prácticamente su abrigo, tan solo ceñido en la cintura por un cinturón, de manera que así también se acusa su cadera sobresaliente.
Y mientras la vemos como mujer hermosa, al mismo tiempo es madre que lleva a su hijo con un brazo al mismo tiempo que juega con él y le ofrece una manzana con el otro.
En definitiva, una imagen que alcanzó enorme popularidad en su momento y cuyos patrones básicos se repitieron en otras esculturas que todavía hoy podemos ver en diferentes museos, desde el Rijksmuseum de Ámsterdam hasta el Museo Metropolitan de Nueva York.
Por cierto, hemos dicho que esta obra proviene de la Sainte-Chapelle parisina y que hoy en día está en el Louvre, sin embargo entre uno y otro emplazamiento ha tenido varios dueños y destinos. Por ejemplo, estuvo en manos de un comerciante de Oriente o fue propiedad de un príncipe ruso.
Y no solo eso, sino que en el siglo XIV, el rey Carlos V, fascinado por esta imagen decidió que se le incorporara un zócalo de oro adornado con el verde de las esmeraldas. Unos elementos preciosos que desaparecieron durante los años de la Revolución Francesa.