La Virgen con el Niño de Jean d’Evreux
Esta escultura de pequeño tamaño la realizó el orfebre francés Jean d’Evreux en el año 1339. Se puede considerar una obra escultórica característica del siglo XIV, porque aunque quizás sean más famosas las obras realizadas en piedra labradas para incluirse en las portadas y otros lugares de las iglesias y catedrales, posiblemente lo que mejor manifiesta el arte gótico de la escultura se encuentre en las figuras, generalmente de no muy grandes dimensiones, que los artistas realizaron en metal o en marfil para los templos, ya que en estas obras no se tienen que adaptar a las formas arquitectónicas ni a las directrices marcadas por un maestro de obras.
Lo cierto es que pequeñas obras como ésta no estaban destinadas para el culto público, sino que eran encargadas o bien por miembros de las iglesias o por los aristócratas para ser colocadas en oratorios para el culto privado. Por ello, son esculturas donde prima la ternura hacia los personajes santos representados, más que el evangelizar a los fieles propio de las grandes esculturas en piedra.
A eso se debe la representación de una Virgen María que sobre todo es una madre que trata con exquisito cariño a su hijo, al que dirige una cariñosa mirada. Mientras que Jesús, es eso un bebé que acaricia delicadamente el rostro de su madre.
El artista Jean d’Evreux fue capaz de eliminar cualquier idea de rigidez y altivez a la figura, por eso el cuerpo de María conforma una elegante ondulación, a partir de la postura en la que el niño está apoyado en la cadera de la mujer. Eso le concede a la composición una extraordinaria ternura y cercanía al observador.
De hecho, este cimbreo delicado del cuerpo que forma una suave S es una composición muy habitual en los escultores orfebres góticos. Esa postura, el juego de cariño entre madre e hijo, fueron muy comunes a lo largo del siglo XIV. Hay muchas obras en bronce o en madera que muestran la Virgen con el Niño en idéntica actitud. Sin embargo, el gran valor de este artista y su obra es que tenía una indudable maestría para el modelado, algo que se manifiesta en el fino acabado de cada detalle, como por ejemplo las pequeñas arrugas que se ven en los pliegues de los brazos de Jesús o en las delicadas manos de María, todo apreciable gracias al perfecto esmaltado y dorado de las superficies. Casi cualquier elemento de esta obra merece ser mencionado como un gran acierto de su creador. Basta ver el modo en que representa los ropajes que caen sobre el brazo rígido, todo un derroche de estudio y delicadeza por parte del artista.
Además hay que destacar las exactas proporciones de las figuras, lo que le confiere tremenda humanidad a este objeto de culto.