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Adán y Eva, Durero

Publicado por Laura Prieto Fernández

Las tablas de Adán y Eva son una de las obras más conocidas del artista renacentista Alberto Durero. Según la cartela que aparece en la tabla de Eva las obras datarían de 1507 y fueron realizadas en óleo.

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Parece ser que el artista realizó las tablas por encargo del Ayuntamiento de Núremberg, por aquel entonces Durero acababa de volver de Venecia donde había progresado en el estudio del colorido de sus obras. Desde el Ayuntamiento las dos tablas pasaron al monarca Rodolfo II quién las albergó en el Palacio de Praga. Años después a Reina Cristina de Suecia entregaría las obras de Durero a Felipe IV de España. Desde entonces las obras pertenecieron a la corona española; Carlos III partidario de eliminar cualquier tipo de desnudo en las obras de arte decidió quemar las dos tablas de Durero y tan sólo gracias a la intercesión de sus ayudantes el monarca decidió donar en última instancia las tablas a la Real Academia de Pintura de San Fernando donde permanecieron en las salas de estudio. 1827 las obras se trasladan al Museo del Prado, pero debido a su supuesto contenido erótico no se exhibirán en público hasta 1833, seis años después.

Las tablas de Adán y Eva pintadas por Durero son los primeros desnudos de cuerpo entero que han llegado hasta nosotros de la escuela nórdica.

El artista ha representado las dos figuras completamente desnudas y con un perfecto estudio anatómico que sigue un canon alargado de nueve cabezas. El uso de este nuevo canon se ha entendido en numerosas ocasiones como el preludio de una estética más manierista que renacentista.

Ambas figuras aparecen descalzas sobre un firme irregular y rocoso, el fondo es neutro completamente negro y sobre él se recortan las figuras desnudas. Adán aparece ladeado y en su figura se aprecia un ligero contrapposto, las piernas están separadas y ladea la cabeza con la boca entreabierta. En su mano derecha sujeta una pequeña ramita con una manzana y cuyas hojas cubre su sexo.

Eva por su parte ha sido representada completamente de frente, a su derecha aparece un árbol del que cuelga la serpiente y cuyas ramas ocultan su sexualidad. Su posición es distendida, aparece con las piernas cruzadas y apoyándose en las ramas para no perder del equilibrio. En el rostro sus facciones demuestran su inocencia y juventud a la vez que su pelo ondea libremente al viento. La encarnación de Eva –según la tradición el artista la ha representado más clara que la de Adán- es el mejor ejemplo de la superación colorista que Durero plasma en estas tablas.

La unión de los personajes es evidente pese a la distancia física que los separa, Adán se gira para mirar a Eva y entre ambos se estable una unión casi palpable. En cuanto a los aspecto más técnicos se debe señalar la profunda huella que el clasicismo italiano ha dejado en el artista, la factura de Durero está en esta ocasión mucho más cercana a Leonardo da Vinci que a cualquiera de sus compatriotas.