Vista de Arco de Durero
El pintor alemán Albert Durero (1471 – 1528) es uno de pintores más fascinantes de todo el periodo renacentista. Y eso que no fue italiano, cuna de los más grandes creadores de aquella época. De hecho, el mismo reúne en una sola persona la tradición pictórica del norte de Europa, en concreto de Alemania, con el nuevo espíritu humanista de la pintura italiana, la cual descubrió viajando a Venecia. En definitiva que la obra de Durero está a la altura de los maestros transalpinos, tanto por su calidad, como por la variedad de la misma.
Dentro de la producción del artista de Nuremberg hay muchos retratos, y especialmente autorretratos, así como pintura religiosa, histórica y mitológica, e incluso paisajes como la vista de su ciudad. Y también nos han llegado obras realizadas con distintas técnicas y materiales, tanto en el formato de pintura como en el grabado o la ilustración.
Una exponente más de esa variedad es este paisaje, la Vista de Arco plasmada en una acuarela sobre papel. Una creación que realizó en 1495 y que actualmente es una pequeña joya (22 x 22 cm) que custodia el Museo del Louvre de París.
Como en tantas ocasiones, Durero nos vuelve a mostrar su pasión por representar las formas naturales, algo que provoca que los historiadores lo emparenten con Leonardo da Vinci. Especialmente por la vocación casi científica que muestra en sus dibujos más naturalistas, como por ejemplo la xilografía del rinoceronte.
Lo cierto es que esta Vista de Arco, precisamente la realizó durante el regreso a su país tras visitar Italia. Un viaje de vuelta en el que aprovechó para pintar varias acuarelas con paisajes como la Vista de Innsbruck o la Roca de Trento.
En este caso se centra en una localidad alpina, al norte del lago de Garda, en el propio territorio italiana. Su objetivo único es representar la población fortificada y el paraje donde se ubica. No se detiene en ambientar la escena con efectos atmosféricos ni juegos lumínicos. No le interesa nada de eso en este tipo de acuarelas. Lo que busca es retratar la población, la montaña donde se asienta y la naturaleza que la rodea.
En cierta forma es una obra revolucionaria. Un paisaje puro, realizado de forma naturalista y libre al mismo tiempo. Con la maestría del pintor que es capaz de otorgar a la vista un toque de monumentalidad, pese a que no olvidemos el escaso tamaño de la obra.
Como hemos dicho más arriba es una joya, una auténtica delicia. Pero la realidad es que el propio Durero no lo consideraba así. Para él no era más que un ejercicio y una especie de material de taller para futuros cuadros.