Automat de Hopper
Como en su célebre cuadro de Noctámbulos, o en cualquiera de sus telas protagonizados por una mujer solitaria como en Compartimento C, coche 193, de nuevo Edward Hopper vuelve a pintar un cuadro que nos habla de la soledad en medio de las ciudades donde habitan miles, millones de personas.
En esta ocasión es con el lienzo titulado Automat, una obra que pintó en 1927 y que actualmente forma parte de la colección del Art Center de Des Moines.
Vemos una chica sentada mientras toma un café que ha comprado en el típico automat de la época, un establecimiento donde se podían pedir bebidas o platos a una máquina, pagarle y los cocineros y camareros al otro lado de la máquina preparaban la comanda, y la hacían llegar al cliente sin mediar palabra alguna. El antecedente de lo que hoy tenemos en nuestras ciudades para suministrar todo tipo de productos. Un establecimiento que se adecuaba a las mil maravillas a los sentimientos de silencio y soledad que suele transmitir el pintor norteamericano en sus cuadros.
Y de hecho la imagen tiene muchos de los ingredientes del arte de Hopper. Por ejemplo, no sabemos nada de esa chica. ¿Está contenta? ¿Triste? ¿Espera a alguien? ¿O no? Hopper no suele dar pistas sobre eso, somos los espectadores los que nos imaginamos las circunstancias de esa vida, aunque la mayoría de personas que vemos el cuadro suponemos que no tiene una cita con nadie y que básicamente se siente sola y triste.
Son los detalles los que nos indican eso. Desde los tonos de la pintura hasta la actitud melancólica mirando la taza de café. Lo hace todo con ciertos automatismos, su naturaleza se funde con el tipo de negocio al que acude a semejantes horas. Porque no sabemos si es de noche o de día, pero todo parece indicar que se trata de una fría madrugada en la que ella no puede conciliar el sueño.
Aunque por otra parte aparece bien vestida. Quizás esté regresando del trabajo a casa y se ha parado a tomar algo. O sí que ha quedado con alguien y le ha dado plantón, de ahí la presencia de otra silla vacía en la misma mesa.
En fin, Hopper juega con nosotros y con sus personajes para provocarnos la imaginación y que a cada cual le produzca unas sensaciones personales la imagen. Añadiendo como siempre ciertos acertijos o paradojas, en este caso comenzando por el título, que en principio alude al tipo de negocio. Aunque no es raro encontrar que en muchas publicaciones, tanto impresas como digitales se titula a la obra La autómata, relacionándolo con los hábitos solitarios y mecánicos de la mujer protagonista. La cual por otra parte se nos expone como si estuviera en una jaula de vidrio, ya que no hay paredes en el bar, sino cristaleras.