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Summer evening de Edward Hopper

Publicado por A. Cerra

Summer evening de Edward Hopper

La gran magia de los cuadros de Edward Hopper es que este pintor estadounidense tuvo la capacidad de convertirnos en auténticos espectadores de sus obras, casi voyeurs de los personajes que pintan. Tuvo la habilidad de pintar lo cotidiano, lo más sencillo y la intimidad más aburrida, y convertir el lienzo en una mirilla por la que nosotros nos asomamos para mirar las vidas ajenas. Vidas en las que pasa lo mismo que en las nuestras, pero aún así nos atrae mirarlas.

Los ejemplos de este tipo de cuadros en los que no pasa nada, salvo la existencia vulgar de una o más personas son muchos. Al igual que ocurre en la tela que aquí mostramos, realizada en 1947, y actualidad en manos de un particular. El cuadro se titula de forma sumamente sencilla, Summer Evening, y es que eso es lo que ha pintado un atardecer de verano en el porche de una casa donde hay dos jóvenes.

Nada más que eso. A partir de ahí somos nosotros, los espectadores mirones los que empezamos a especular con las vidas de estos dos muchachos. Puede que sean una pareja que acaba de discutir. Quizás son dos hermanos que han salido de la casa familiar tras la cena a tomar la fresca. O puede que estén hablando, conociéndose, y todo sea el presagio de un tórrido romance.

Este tipo de especulaciones las hacemos todos ante los cuadros de Hopper. Y quizás más en muchas de sus obras con ambiente nocturno, como en su cuadro Gas o en su celebérrimo Noctámbulos. Son imágenes en los que los personajes brillan en la oscuridad, parecen resguardarse de los misterios de la noche y protegerse, y en cambio quedan a la vista de todos. Y aunque no pase nada, nosotros miramos interesados por esos personajes, hasta el punto de elucubrar con los motivos que les han llevado ahí o cual será el futuro que tendrán.

Saca nuestro carácter más fisgón, y para eso también juega con la ambigüedad, con las actitudes de personajes que no son obvias, sino que están abiertas a interpretación. Fijémonos en el muchacho del cuadro. Se ve como se lleva la mano al pecho. ¿Por qué? ¿Le está pidiendo perdón por algo o le está jurando amor eterno?

Ese es el hecho diferencial del arte de Hopper, un creador que de alguna forma fue a contracorriente. Mientras triunfaba todo lo abstracto, él optó por la figuración. Y mientras se espera que los cuadros figurativos cuenten algún relato, él no cuenta nada. Somos nosotros los mirones quienes nos inventamos la vida y situaciones de esos personajes. Y además nos incita a que cada uno lo hagamos a nuestra manera.