Gas de Hopper
Esta obra de 1940 de Edward Hopper que atesora el MoMA de Nueva York está considerada como una de las obras más representativas y valiosas del realismo norteamericano. Y por lo tanto también una de las obras maestras de este pintor, cuyo estilo único destacó en una época en la que abstracción y las vanguardias dominaban el panorama artístico. Sin embargo, él siempre se mostró como un pintor de arte figurativo, perfectamente conocedor de la historia del arte y sobre todo caracterizado por un interés por pintar Estados Unidos, sus personajes y sus paisajes, donde siempre descubre la soledad.
Cuando decimos que Hopper pintaba paisajes, y por supuesto que pintó vistas de bellos lugares naturales como manda la tradición de ese género. En esa línea hay que encuadrar por ejemplo su obra The Lighthouse Hill. Pero también pintó muchos paisajes urbanos, donde es capaz de mezclar las vistas del exterior con las interiores, como hizo en su célebre Noctámbulos.
Pues bien a medio camino de ambas obras podemos considerar esta obra de Gas. Una imagen donde nos presenta un lugar tan poco artístico como puede ser una gasolinera. Un motivo que buscó conscientemente el artista, ya que se pasó horas conduciendo junto a su esposa, pasando por diversas estaciones de servicio de la época haya que vio las suficientes como para componer la del cuadro, que no es ninguna en concreto, sino la fusión de varias.
Vemos en el centro tres surtidores de un rojo brillante que llaman poderosamente la atención. Y junto al primero un hombre, como en segundo plano. Un hombre solo en mitad de la gasolinera y de ese amplio paisaje de bosque en el que se enmarca la escena. Un bosque oscuro en el que se adentra la carretera que cruza en diagonal el lienzo. Un planteamiento incluso inquietante. Es una escena que transmite soledad pero también la idea de que algo va a suceder después, en una imagen que podemos definir como muy cinematográfica.
A eso sin duda ayudan mucho los juegos de luces entre la del atardecer y las que salen de los surtidores y de la casa. Con lo cual va generan sombras que lo que le proporciona dramatismo a algo que en realidad es de lo más cotidiano.
El arte de Hopper a lo largo de toda su trayectoria es de una sobriedad absoluta, jamás hace escenas de excesiva complejidad, ni composiciones abigarradas, y aunque su dominio del color es total y absoluto, no se dedica a hacer demostraciones de ello con infinidad de colores sobre la paleta. De hecho, esta obra es muy colorida si tenemos en cuenta otras suyas. Esa sobriedad es casi austeridad incluso en su técnica, ya que como él dijo procuraba echar muy poco óleo en sus obras.