Courbet (II)
En 1847 realiza un retrato de Baudelaire, que se convierte en amigo suyo. Se trata de un pequeño cuadro de género (un personaje en un interior) muy del tipo del siglo XVIII, que no gustó ni al autor ni al modelo, lo que pareció prefigurar los momentos difíciles que más tarde vivieron los dos artistas de naturalezas tan diferentes, una estética, la de Baudelaire, la otra ética, la de Courbet. Baudelaire afirmó que “Courbet había contribuido a restablecer el gusto por la simplicidad y la franqueza y el amor desinteresado y absoluto por la pintura”, aceptó figurar en la alegoría de su “taller”, pero con el tiempo se van alejando sus caminos, llegando a alegar el poeta acerca de los realistas del circulo de Courbet que “se trata de una tropa de artistas y de literatos vulgares, cuya inteligencia miope se disimula detrás del término vago y oscuro de realismo”.
En 1847 conoce al marchante Van Visselingh motivo por el cual realiza un viaje a Holanda, en el que enriquece su lenguaje pictórico gracias a la lección de los maestros holandeses de los siglos XV y XVI. Prueba de ello es el cuadro “La rubia dormida” realizado a la vuelta de su viaje, terminado en 1849, en el cual homenajea a Rembrandt, gracias a la utilización de la luz que, le va a servir para realzar los volúmenes, como era propio de su manera de pintar. La modelo fue Virginia, uno de los pocos amores duraderos del artista, quien veía en su vida personal el reflejo de una personalidad excepcional, por lo que no quiso comprometerse y establecerse como el “común de los mortales”.
La revolución de 1848 con el advenimiento de la II República francesa influye enormemente en el artista. Para él supone un paso más que el retorno al jacobinismo de su abuelo, un ir más allá de la revolución de 1830 que conoció su padre, supone un salto cualitativo importante, una manera de cambiar el público y el arte. Escribe a su amigo Wey en torno a 1850, “…el pueblo goza de todas mis simpatías, me vuelvo hacia él, le dedico mi saber, él me hace vivir”. Con ello establece que debe surgir una nueva cultura, la de los valores proletarios, que va a ser clave en su pintura. Las teorías acerca del realismo tomaron cuerpo en las infinitas y fecundas discusiones que tienen una serie de artistas e intelectuales en la “Brasserie Andler”, cerca del taller del pintor, en el barrio de los artistas. Allí se reúnen artistas como Corot, Daumier, hombres de letras como Baudelaire, Proudhon, coleccionistas como Champfleury, críticos como Duranty, etc. Todos ellos jugaron un destacado papel en la configuración del realismo. A partir de 1849 las obras que el pintor envía para ser expuestas en los Salones de pintura, se acercan cada vez más al realismo, representando escenas de la vida en Ornans, destacando sobre todos ellos “L´Après-diner à Ornans”. Se trata de una escena de género en la que aparecen una serie de personajes en un interior, pero que tiene un formato con las dimensiones habituales de los cuadros de historia. Para el pintor se trata de una historia moderna, que pretende revalorizar el antiguo “ethos” campesino que es lo que el quiere representar con el lienzo, donde el tema por tanto es algo más que una excusa para mostrar el hecho pictórico en sí. Esta obra consiguió el segundo premio del jurado, fue adquirido por el Estado para el Museo de Lille, tal vez porque se interpretó como un homenaje a Le Naim. Tan sólo Ingres comprendió que se trataba de una obra diferente cuando escribió al respecto “… ¿Cómo puede arruinarse así un acto de creación…¡Cuantos valores perdidos!…Este ejemplo revolucionario resulta desastroso …”