Courbet (III)
El pintor siguió el camino trazado por la anterior obra, pintando entre 1849 y 1850 algunas de sus obras más poderosas, que expone en las gacetas socialistas, tanto en Besançon, como en Dijon, antes de presentarlas en los Salones de 1850-1851. El primer cuadro era “Los picapedreros”, del que el propio pintor explica su gestación en una carta dirigida a su amigo Wey:”…Me dirigía al castillo de Saint-Denis para pintar un paisaje, me paré cerca de Maisières para observar a dos hombres que partían piedras en la carretera. Es difícil imaginar una indigencia más completa y más manifiesta…, así es como me vino la idea al espíritu de hacer de ello un cuadro… Por una parte hay un viejo de setenta años, encorvado por el trabajo, con el pico levantado, la piel quemada por el sol, la cabeza protegida por un sombrero de paja; sus pantalones de tela burda, estaban todos remendados y en los zuecos rotos se veían los calcetines que debieron ser azules, rotos por los talones. A su lado un joven con los cabellos llenos de polvo, la piel grisácea, la camisa sucia y desgarrada, deja al descubierto los costados y los brazos; un tirante de cuero le sujeta lo que le queda de unos pantalones y los zapatos llenos de barro se entreabren por todas partes…” Se trata de su idea de realizar un arte dirigido a un público nuevo, para el que merece la pena comprometer políticamente a la pintura. El segundo, el “Entierro en Ornans”, (ya comentado en otra página de la revista) sigue la misma línea.
En 1850, Napoleón III proclamó el ÏI Imperio, que Courbet detesta, lo mismo que a la arrogante burguesía parisina que lo aplaude, que para él solo defiende el lujo y la vulgaridad de los nuevos ricos. En el nuevo salón imperial de 1853 presenta tres obras que constituyen una especie de declaración de intenciones, son “Los luchadores”, “La hilandera adormecida” y “Las bañistas”. La indignación que provocan es tal que el propio emperador emprende una dura campaña contra la considerada más escandalosa de las tres, “Las bañistas”, secundado por artistas como Merimée o Delacroix. Para Proudhon el cuadro está hecho para escandalizar a los que se ofuscan por un desnudo, únicamente porque no es convencional, revelando así la corrupción de la moral burguesa. En cambio en el lienzo de “La hilandera” nos acerca un poco al lirismo y la poética de Millet, idealizando la realidad social a la manera de éste.
Ese mismo año pasa el verano en Montpellier donde pinta paisajes y marinas de espléndida factura, aunque no se trate de un paréntesis ni de una evasión, sino de un nuevo período de investigación acerca de su interior, acompañado por su amigo Bruyas, al que pinta en su obra “El reencuentro” conocido también como “Buenos días, señor Courbet”. A continuación emprende la realización del “Taller del artista”, tela de seis metros por tres y medio de alto, es decir, otra obra de gran formato, como el “Entierro en Ornans”. Escribe a su amigo Bruyas al respecto de la misma: “Hay treinta personajes a tamaño natural, que muestran la historia moral y física de mi taller. Se ve a todos los personajes que me sirven y participan de mi trabajo. Yo lo titularía “Primera Serie”, ya que espero que pase por mi estudio toda la sociedad entera para expresar mis inclinaciones y mis repulsiones…”. Su objetivo era presentarlo en la Exposición Universal de 1855.