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Cristo atado a la columna de Velázquez

Publicado por A. Cerra

Cristo atado a la columna de Velázquez

Esta pintura religiosa del pintor español Diego de Velázquez se conserva y expone en la National Gallery de Londres, el mismo museo donde cuelga su desnudo más famoso, la Venus del espejo.

No obstante, se trata de pinturas bien diferentes. Para empezar, esta obra es mucho anterior la Venus, ya que el Cristo atado a la columna lo realizó en el año 1632. Por cierto, la obra tiene un segundo título muy explicativo de las intenciones del artista: Cristo después de la flagelación contemplado por el alma cristiana. Un título muy propio del ambiente místico que se respiraba en la España del Barroco y del siglo XVIIII. Algo que se manifiesta en la política, centrada en la Contrarreforma, y también en las artes, desde la literatura hasta la escultura o la pintura, con artistas como Zurbarán o Murillo.

En este contexto, Velázquez se destaca como uno de los grandes maestros del Barroco español, y su Cristo atado a la columna es un claro ejemplo de su habilidad para capturar la intensidad emocional y la profundidad espiritual de sus sujetos. La pintura muestra a Cristo en un momento de gran sufrimiento y humillación, pero también de gran dignidad y fortaleza. Su rostro, aunque marcado por el dolor, irradia una serenidad y una paz que contrastan con la violencia de la escena.

Pictóricamente hablando, la tela es muy destacable por dos aspectos, tanto por su composición como por la armonía de colores que supo crear el pintor.

Vemos que el centro de la escena lo ocupa la figura de Cristo, bañado de luz. Y esa presencia rotunda incluso viene marcada por la diagonal que nos conduce a él desde la esquina superior izquierda, desde la que baja en diagonal la cuerda y los brazos del protagonista.

Y a su vez Jesús mira hacia la derecha, donde se encuentran las otras dos figuras, la de mayor tamaño un ángel que señala con el dedo al flagelado, y el niño vestido de blanco que representa el alma y que le devuelve la mirada.

Cristo tiene una leve aura alrededor de su cabeza, pero en realidad su luz no es esa, sino un foco oculto que baña todo su cuerpo, así como los instrumentos de tortura que vemos en el suelo, en primer plano. Esta luz proviene del lado izquierdo, de un punto indeterminado fuera del lienzo.

En cuanto a la armonía de colores. Está claro que Velázquez nos construye todo el cuadro con una gama restringida, en la que tienen una presencia rotunda los tonos encarnados y ocres. Eso hace resaltar todavía más la claridad del cuerpo de Cristo, que lleva un paño blanco con manchas de sangre para no mostrarse completamente desnudo.

Su cuerpo iluminado destaca muchísimo sobre ese fondo neutro de color marrón oscuro. Y esa misma relación de contrastes nos la vuelve a plantear entre el ángel y el niño, porque la figura de mayor tamaño lleva una túnica en color tierra de Siena, mientras que la personificación del alma viste un paño muy claro de gris perla.

Y por último, también merece la pena destacar los rostros de los tres personajes, los cuales poseen una expresividad muy fuerte, y sin duda se parecen mucho más a las facciones de los humanos que a las que se les presuponen a las figuras celestiales.

Además, es importante mencionar el uso magistral de la perspectiva y el espacio en esta pintura. Velázquez coloca a Cristo en el centro de la composición, pero también en el centro de un espacio tridimensional que se extiende hacia el fondo del cuadro. Esto crea una sensación de profundidad y realismo que es típica de la pintura barroca.

En cuanto a la técnica pictórica, Velázquez demuestra su maestría en el uso del óleo, logrando una textura y una luminosidad que dan vida a la escena. Sus pinceladas son sueltas y fluidas, y su manejo del color es excepcional, logrando una armonía y un equilibrio que realzan la belleza y la emotividad de la obra.

En definitiva, Cristo atado a la columna es una obra maestra de Velázquez y una de las joyas de la pintura barroca española. A través de su habilidad técnica y su sensibilidad artística, Velázquez logra plasmar en esta pintura la esencia de la fe cristiana y la profundidad del sufrimiento humano.