El concierto de Hendrick Ter Brugghen
Ter Brugghen (1588 – 1629) decidió emprender un viaje a Roma que iba a ser decisivo en su trayectoria pictórica y que de alguna forma cambió de forma muy importante su estilo y su posterior producción en su ciudad holandesa, Utrecht.
Durante su estancia en la capital italiana no solo conoció el arte antiguo y también el increíble legado de la pintura renacentista. Sin embargo, lo que más le impactó fue la pintura barroca del momento que había realizado Caravaggio y su corte de seguidores que trataron de imitar sus inimitables y magistrales claroscuros como en el célebre David con la cabeza de Goliat, por poner solo un ejemplo.
Y por supuesto, Hendrick Ter Brugghen a su vuelta a Holanda en 1614 también regresó influenciado por ese tipo de iluminación, y la aplicó a sus numerosos cuadros de músicos y bebedores que realizó a largo de su carrera. Temas de corte costumbrista muy tratados en el arte del norte de Europa desde tiempos de Brueghel.
Un buen ejemplo de esta temática es esta obra de El Concierto realizada hacia 1626. Un cuadro donde recurre una vez más a una iluminación de la escena a base de velas y lámparas, algo muy habitual en la pintura caravaggista.
Este cuadro es muy curioso, ya que su título de concierto puede llevar a equivoco. Más bien parece una escena íntima, familiar donde los niños de la casa se han puesto a tocar sus instrumentos e incluso se han vestido para la ocasión, ya que hasta parece que se han puesto ropas exóticas.
La composición basada en círculo, pero también en el triángulo, es muy interesante. Al fondo hay un niño cantando, tan solo atento a su libro con la partitura o la letra de la canción. Mientras que en un primer plano hay otros dos niños, chica y chico que tocan el laúd y la flauta respectivamente. Ambos nos dan la espalda, pero se giran un poquito, en una postura casi simétrica, para mirar al espectador y de paso hacernos partícipes del momento y de esa iluminación.
Sin duda es un cuadro de fantasía. A medio camino entre las veladas hogareñas y las fiestas de taberna. Aunque más allá de la temática lo realmente extraordinario de esta tela, es el realismo y detallismo que ha sabido imprimir el autor a los rostros, los ropajes o los instrumentos. Y por otro lado es un deleite irse fijando en la minuciosidad que supo recrear en los distintos efectos lumínicos. Por ejemplo, la sombra de la flauta sobre la mejilla del niño que la está haciendo sonar a la derecha de la escena, o el derroche de detallismo en el juego de luces y sombras en los pliegues del turbante que luce la niña disfrazada a la izquierda.