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El cuervo sabio de Alessandro Magnasco

Publicado por A. Cerra

El cuervo sabio de Alessandro Magnasco

En un momento del Barroco final, cuando el arte tendía a cierta grandilocuencia y suntuosidad, apareció un personaje como el genovés Alessandro Magnasco (1667 – 1749), quién optó por desarrollos temáticos algo diferentes. Magnasco sobre todo se dedicó a pintar tanto paisajes como caprichosos cuadros de género en los que solía mezclar asuntos religiosos con el humor y las costumbres de la época, además que incorporaba un trasfondo crítico muy interesante.

Son cuadros donde puede volcar todas sus actitudes para generar escenas con dramatismo, así como personajes cargados de expresividad en sus gestos, posturas y rostros. Pero todo eso no lo usa para recrear relatos mitológicos o conocidos episodios bíblicos como hacían muchos de los artistas contemporáneos, sino que se siente más cómodo pintando personajes de la calle, cotidianos e incluso de los bajos fondos. Ese es el caso de este pequeño lienzo (47 x 62 cm.) pintado al óleo hacia el año 1705 por Magnasco y que hoy en día se conserva entre la amplísima colección de pintura italiana de la Galería de los Uffizi en Florencia.

El cuadro nos presenta el ambiente de un gran edificio ya en estado ruinoso, tanto que está abierto al exterior y tiene como fondo un amplio paisaje natural. En esas ruinas de la construcción se ha asentado un grupo de vagabundos y mendigos. Están ahí sentados, relajados y ajenos a cualquier convención social. Y curiosamente todos miran hacia el centro de la tela, ahí está el pequeño cuervo negro posado sobre un tonel.

Todos parecen prestarle atención, como si el cuervo les hablara y les estuviera impartiendo un instructivo discurso a esos iletrados. Ese sería el significado al interpretar el título de El cuervo sabio. No obstante, hay historiadores que consideran que en realidad el personaje que está sentado junto al cuervo, con el torso desnudo y esta vez en el centro geométrico de la tela, es quien le está enseñando a hablar al pájaro, ante la mirada estupefacta del resto de personajes.

En definitiva, una representación que ejemplifica a las mil maravillas la predilección temática de Alessandro Magnasco. Así como también muestra su estilo pictórico basado en las composiciones muy cuidadas y estudiadas, a partir de las cuales ya podía pintar con sus pinceladas rápidas y nerviosas.

Una técnica que le sirvió para trabajar para ricas familias de todo el norte de Italia, ya que tras un periodo inicial en Génova formándose con su padre, luego viajó a lugares como Milán o Florencia donde tuvo como clientes a los Medici, los Borromeo o los Visconti.