Vanitas de Steenwick
Este óleo pintado sobre tabla en el año 1645 por el pintor holandés Harmen Steenwick, en la actualidad se conserva en la National Gallery de Londres.
Este artista nació en el año 1612 en la ciudad de Delft, la misma donde nacería años después uno de los grandes artistas del Barroco holandés, Johannes Vermeer. Y este dato de su lugar de nacimiento es una de la pocas cosas que se conocen de su biografía. De hecho no se sabe concretamente ni el año de su muerte salvo que aconteció con posterioridad al 1656, cuando había regresado de la Indias Orientales. Prácticamente el resto de su vida la debió pasar en Delft, donde estudió pintura con su tío David Bailly, especialista en pintar naturalezas muertas.
Y esto es lo que representa su obra Vanitas, una de las pocas que se conservan de su producción. Este tipo de composiciones fueron muy habituales en su época. En ella se ven diferentes elementos vinculados a la muerte y reflexionando sobre lo vacía que es la vida. Se trata de una especie de sermón visual basado en un pasaje del Eclesiastés. Y es que los holandeses en el siglo XVII era una sociedad muy temerosa de Dios, al mismo tiempo que eran un pueblo puntero en los avances científicos y en el coleccionismo. Y todo ello queda representado en esta imagen de Steenwick.
La composición queda presidida por la presencia central de la calavera, clara referencia a lo inevitable de la muerte. A su lado se ve por ejemplo una concha, símbolo de riqueza material, algo que se puede acabar y que en todo caso nunca se llevan consigo los difuntos.
También se descubre el mango de una espada, clara alusión al poder. Sin embargo por poderoso que sea un hombre siempre hay alguno que lo es más. Igualmente hay dos instrumentos musicales, concretamente la chirimía y una flauta, ambos simbolizando el placer, el amor y el sexo, algo que nos arrebatara la muerte. Rodeando al chirimía se ven unos libros, clara referencia al mundo del saber.
Y en la parte alta de la composición de elementos que hay sobre la mesa se descubre una vasija, que nos habla de la ebriedad como factor peligroso. Y sobre la calavera hay una lámpara, cuya llama acaba de apagarse porque todavía se intuye un hilillo de humo. Eso y el cronómetro que hay sobre la mesa aluden a que el tiempo no para y pasa, que la vida humana es muy frágil y que toda vida al final se extingue, como la llama de la lámpara.
En fin, un conjunto de imágenes y elementos que para nosotros son un tanto difícil de interpretar, pero que en su época eran perfectamente reconocibles. Y pueden parecer detalles excesivamente macabros y morbosos con tanta alusión a la muerte, pero hay que tener en cuenta que en el siglo XVII la muerte estaba muy presente en la vida cotidiana, y por supuesto la esperanza de vida no era tan alta como en la actualidad, por ello se la miraba de otro modo.